30.- Inanición:

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Un paso después de otro, a eso se resumía todo. Si podía atravesar por una difícil situación, entonces la siguiente no debería ser tan complicada. Un paso después de otro.

Cheslay giró en un pasillo y continuó corriendo, sin importar las paredes color hueso, los cuadros familiares, los libreros con polvo, los sillones de terciopelo rojo... Nada de eso importaba, porque ella debía llegar a la salida, a su objetivo, la puerta al final de la habitación, a un lado de la sala, justo cuando se terminaba el descanso de las escaleras. La mentalista sabía lo que iba a encontrar del otro lado: Un pequeño jardín, un árbol grande que solía trepar con Dylan, estaría la calle y más casas donde los evolucionados descansaban con sus padres. Conocía de memoria cada parte de ese lugar... todo estaba como debería estar.

Cheslay logró abrir la puerta, justo cuando escuchó el llamado de su madre.

―La cena está lista― dijo Daphne, ella tenía una cuchara en la mano.

La mentalista se detuvo de golpe, sintiendo una profunda tristeza dentro de ella, algo que amenazaba con consumirla desde el interior.

― ¿Mamá?― preguntó, su voz casi perdiéndose.

― ¿Si?― Daphne levantó la vista. Sus ojos brillantes, la cara ligeramente roja por estar al lado de la estufa.

Cheslay se mordió el labio para evitar decir alguna estupidez, sintió sus ojos humedecerse, algo temblaba en su pecho ¿Por qué llorar? Si su madre estaba ahí, frente a ella. Soltó la manija de la puerta y caminó en dirección a Daphne.

― ¿Necesitas ayuda con la cena?― preguntó Cheslay.

― ¿Está todo bien, cariño?

Asintió débilmente, porque no estaba segura de encontrar su voz de nuevo. Acompañó a su madre a la cocina, pasando al lado del espejo en el pasillo, y la imagen la detuvo en seco. Quien le devolvía la mirada era una joven de cabello negro y ojos oscuros, una sonrisa formándose en sus pálidos labios. Cheslay ladeó la cabeza, la mujer del espejo hizo lo mismo. Levantó una mano, el gesto fue igual.

―Tu eres yo― dijo su reflejo.

Cheslay retrocedió, estrellando su espalda contra el librero de la sala. Muchos libros cayeron al suelo por el movimiento. El ruido obligó al doctor Reidar Aksan a salir de su estudio.

― ¿Qué está pasando?― preguntó, ocultando el enfado en su voz.

Él llevaba puesta una camisa gastada, al igual que su pantalón, como si no se molestara en cambiarlos muy seguido. Estaba perfectamente afeitado, y nada ocultaba el fastidio en su mirada.

―Yo...― murmuró Cheslay―. Yo vi a una niña en el espejo.

¿Una niña? ¿Por qué dijo esa mentira? La figura en el espejo era una mujer.

El doctor frunció el ceño, acercándose al espejo pasó la mano por el cristal, ahí no había nada. Él le dio una mirada indescifrable.

Curiosamente, Cheslay sabía lo que sucedería después de eso: Su padre abriría su cerebro para acelerar la evolución. Sacudió la cabeza sintiéndose confundida ¿Por qué sabía eso?

Cenó con sus padres, sin prestar atención a su comida, parecía demasiado perfecto. Los detalles, las orillas dobladas de la alfombra... Terminó de comer y decidió subir a su habitación, perdió el interés en salir de la casa, a pesar de saber que Dylan la esperaba para jugar. Dejó de prestar atención a los espejos, por miedo a encontrar de nuevo a la mujer de cabello negro.

Un recuerdo la detuvo a la mitad de su habitación: Antes de que abrieran su cerebro, ella hizo algo, su única compañía en ese momento era Dylan.

Así que caminó en dirección a la ventana, la abrió con fuerza, ya que estaba atorada. Salió, deteniéndose en el borde saltó en dirección al árbol, raspando sus brazos con la corteza. Había una especie de neblina por el lugar, tan espesa que no le permitía ver más allá del árbol al que se encontraba abrazada de una de las ramas. Colocó los pies sobre un tronco grueso, y así comenzó a bajar, la niebla enredándose en sus piernas, como si no quisiera que Cheslay llegara a ese lugar.

Mente Maestra la sagaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora