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CAPITULO DIECISÉIS.
Segunda Prueba.

Tras el desmayó de Clara, Cielo le insistió en que durante varios días se quedara junto a ella, en el altillo. La joven aceptó, pero al tercer día, decidió que ya era momento de volver junto a los chicos.

Cielo que temía que volviera a pasarle lo mismo, y como le había prometido y habia echo durante 24 horas esos tres dias, no la quiso dejar sola, así que la acompañó hasta el sector de las habitaciones.

Ambas se extrañaron al ver que no había nadie, con una ligera preocupación decidió quedarse allí hasta que alguno de los chicos apareciera.

Unos minutos más tarde se oyeron esos ruidos metálicos que se oían a veces y pocos segundos después, las dos chicas vieron, con una gran sorpresa como una pared del patio cubierto se desplazaba y a la vista quedaba una abertura de unos cuarenta centímetros por la que asomo Justina.

La ama de llaves accionó rápidamente una pequeña palanca, escondida tras un macetero y la pared volvió a desplazarse, cerrándose de tal manera que no quedara ninguna señal de la abertura.

Cielo y Clara se miraron azoradas, y al ver a Justina salir disparada, muy urgida, caminaron absortas hasta el macetero que ocultaba la palanca. Cielo la accionó con cierta facilidad, y luego de escuchar un suave click, la pared volvió a deslizarse, hasta dejar al descubierto la brecha.

Lo que vieron tenía el aspecto de una absurda pesadilla: un lugar repleto de máquinas de coser, mesas de carpintería, un horno para cocer cerámica, enormes carretes de hilos, telas, aserrín, trozos de madera por todos lados, pinturas, muchas cabezas de muñecas de cerámica y autitos antiguos desarmados. Y en medio de esos objetos, todos los chicos con sus rostros agotados y angustiados, rojos por el calor provocado por el horno, trabajando sin parar, pero ya sin fuerza.

Cielo intentó esbozar una explicación para lo que estaban haciendo. Algo tan absurdo y completamente inusual a esa hora de la noche tenía que tener alguna explicación logica. Clara ni siquiera lo intento, solo sintió como sus ojos se ahogaban por la angustia que comenzaba a sentir por todas las preguntas que se hacia su mente de manera desordenada, una tras otra, sumando aquello que ya sabía y por lo que tenía que guardar silencio.

Los chicos balbuceaban y no se decidían a hablar, improvisaban argumentos pero ninguno lo suficientemente convincente como para cesar las preguntas de Cielo.

— acá Justina y don Bardo nos trajieron para... — comenzó Monito, pero se calló cuando Tacho le apretó el brazo y le hizo un sutil gesto para que no hablara.

Cielo les pidió, les rogó que le explicaran cuál era el motivo que los tenía levantados, en ese lugar.

—¿qué querés saber, Cielo? — dijo Rama, abatido.

—¿qué es este lugar secreto? ¿qué hacen acá, y a esta hora, con todos esos cosos, qué es lo que hacen? Por sus caras, algo me dice que nada bueno...

— no es bueno, pero tampoco malo... — titubeó Tacho, ya buscando la manera de encubrir la verdad.

— ¡la historia corta, quiero! —gritó Cielo dispuesta a llegar a la verdad.

— es el taller de los juguetes — dijo finalmente Rama, ya harto de mentir.

— acá nos hacen trabajar —completó la confesión Mar.

Y sin dudarlo, ni esperar a más explicación Cielo camino con pasos rápidos y firmes hacia el despacho de Bartolomé, seguida por todos los chicos. Abriendo la puerta de un golpe, hecha una furia.

Clara Casi AngelesWhere stories live. Discover now