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CAPÍTULO TRINTA Y CUATRO.
Don Inchausti.

Que Thiago estuviera al borde de la muerte había provocado un cambio, sutil, en Bartolomé.

Una semana después del accidente, cuando le dieron el alta a Thiago, había permitido que Marianella fuera a la canica para acompañarlo en el traslado hasta la casa, cuando llegaron, no hizo ningún comentario sobre el hecho de que estuviera encima de su hijo, mimándolo, casi abrazándolo; ni les hizo comentario ni gesto alguno cuando Tacho, Jazmín, Rama, Clara y todos los chiquitos acudieron a recibirlo afectuosamente.

Cuando le anunció que lo acompañaría a su cuarto para hacer reposo, Thiago le dijo que prefería instalarse en el cuarto con los chicos, argumentando que sería más práctico estar en la planta baja, pero en realidad no quería volver a su mundo, ahora se sentía uno más de sus amigos.

— no se hable más ¿querés estar con los chicos? vas al cuarto de los chicos, mejor, así estás más acompañado — todos se sorprendieron por la reacción de Bartolomé — ¿lo llevan? — les preguntó con amabilidad.

Todos acompañaron a Thiago hasta el cuarto de los varones, Bartolomé ayudó a Cielo a recostarlo, y luego reunió a todos en el patio cubierto, les agradeció por su apoyo, y les rogó que lo cuidaran.

— Thiaguito está fuera de peligro, pero estuvo grave, les pido de corazón que me lo cuiden, aunque es mi hijo y ustedes no me quieren mucho, casi nada, últimamente... trátenmelo bien.

— a pesar de que sea su hijo, don Barto, él es él — respondió Mar.

— lo que ella quiere decir... — intentó suavizar Clara.

— entendí, Clarita, y tiene razón.

En ese momento apareció Justina e informó que el cuarto de Thiago estaba listo, pero se demudada cuando Bartolomé le dijo que ya no hacía falta.

— Thiaguito se queda acá, en el cuarto de los chicos, quiere estar con los purretes, que lo van a cuidar... Tina intentó protestar, pero Barto le hizo una seña para que se callara — vamos, Tini, vamos a traer las cosas de Thiaguito para acá — dijo para llevarsela.

Todos los chicos estaban pasmados por ese raro cambio de actitud de Bartolomé.

— ¿y a éste qué le pasa? — dijo Tacho.

— tal vez el milagro sea doble, chicos, y con lo que pasó se le haya calentado un poco el corazón.

— yo no creo en milagros, Cielo — dijo Mar, escéptica.

— miren chicos, no me pregunten por qué, pero les digo que no estamos solos, tenemos angelitos que nos cuidan.

— avisale a los angelitos que hace años que nos explotan, Cielo —dijo Rama.

— yo prefiero confiar — dijo Clara con la misma sensación que Cielo.

Rama noto como desde que Thiago se salvo, Clara parecía muy pensativa, se sentaba en la motorhome de Cielo se quedaba viendo a la nada, durante horas sin decir nada, ida. Al verla de nuevo así esta vez decidió sentarse junto a ella.

— ¿seguis pensando en ese hombre? — preguntó consciente de lo que la mantenía tan pensativa — tal vez es tu imaginación.

— tal vez.

Lo que le pareció raro a Clara era que nadie más que ella parecía haber percibido la presencia de ese hombre, puesto que Rama pasó junto a él sin registrarlo. Como si no existiera.

Pero aquello no había sido lo único, esa misma noche Clara soñó con el, soñó que ella estaba en el salón de la mansión, junto a el, ella era pequeña y el le contaba la historia de tres ángeles que tenían que escapar de unas personas malas que les querían hacer daño, y que al crecer las tres ángeles tendrían que enfrentarse a ellos para recuperar lo que les habían sacado, lo que les pertenecía a ellas. Pero lo que le pareció más raro era la foto antigua que encontró del hombre misterioso.

— ¿es este? — preguntó Rama viendo la imagen en sus manos, Clara asintió.

— es don Inchausti, el que fue el dueño de esta mansión, y murió hace mucho.

— eso si que es raro — concluyó Rama.

Otra cosa más que le parecía raro a Clara, pero que no le había contado a Rama, era que esa no había sido la primera vez, no había sido la primera vez que soñaba con el, y tampoco había sido la primera vez que el aparecía con su brillo junto a ella.

Clara recordaba haberlo visto de chiquita, se lo encontraba a veces mientras vendía sus bizcochitos. El no se acercaba a ella pero la miraba de lejos con su particular sonrisa.

Un día ella se atrevió a hablarle, le preguntó que porqué siempre estaba ahí, en el mismo parque y solo. El río.

— observó, me gusta ver a la gente.

Clara no lo entendió y le pareció muy extraño lo que decía. En ese mismo momento su abuelita Hilda la llamo, había llegado el bondi que las llevaría de vuelta a casa.

— no dejes de soñar — le dijo despidiéndose de ella.

Lo recordaba porque era la única persona que se había encontrado que brillará. Como podría olvidarlo.

Cuando Clara estaba por volver a guardar la foto entre las hojas de su cuadernito Rama vio algo que llamó su atención.

— ¿cuando dibujaste esto? — preguntó Rama al ver el dibujo de un escudo con unas hermosas alas de ángel, y en el centro la letra "i".Clara vio su pequeño cuaderno y se fijo en el dibujo del que hablaba Rama.

— hace mucho tiempo ya, desde que estoy acá no he tenido tiempo de dibujar casi nada.

— ¿pero donde lo viste?, no recuerdo haberte visto por acá antes de que llegaras a la fundación — dijo dudoso, Clara frunció el ceño sin entender lo que estaba sucediendo y el porqué aquel dibujo le había parecido sorprendente a Rama.

Rama le pidió que lo sufriera y la llevó hasta la parte de atrás de la mansión, señalando el portón que daba al jardín, y encima de él un cartel con el mismo escudo que Clara había dibujado hace mucho tiempo atrás.

— es igual — dijo con sorpresa viendo el dibujo.

— es el mismo — aseguró Rama.

Clara recordó que el escudo fue dibujado después de que apareciera en uno de sus sueños.

Estuvieron ahí parados durante horas intentando buscar una explicación, pero ninguna parecía terminar de convencer a Clara que al final se dio por vencida y decidió dejar el tema por el momento. Tal vez en otro momento y con más claridad podría encontrar la respuesta.

Clara Casi AngelesWhere stories live. Discover now