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CAPÍTULO DIECISIETE.
Tercer Descubrimiento.

A Cielo se le había ocurrido una idea para hacer con el taller. A la mañana siguiente, lo primero que hizo nada más despertarse, es intentar contagiarles la misma emoción que tenía ella a los chicos.

Les explicó su idea y sin oír peros, ni preguntas comenzó a trabajar en lo que había planeado durante la noche. Que el taller de juguetes se convirtiera en el espacio que necesitaba, y no tenía antes, en una sala de ensayos para sus clases de baile, que retomaría ese mismo día. Comenzó a arrancar las tablas de madera que cubrían las ventanas, bajo la mirada de los chicos que dudaban en sí ayudarla.

— dale, si lo hacemos todos juntos vamos a terminar antes — dijo Clara subiéndose en una de las mesas para ayudar a Cielo.

— dale chicos, saquense la mufa, porque a mi no me gusta la mufa y no soy amiga de la mufa — insistió Cielo, para convencerles de que la ayudarán.

Poco a poco y aún dudosos los chicos se fueron acercando, ayudando a las dos rubias.

Los varones seguían arrancando las tablas de madera, Clara y Jazmín juntaban la mugre acumulada y Mar y Cielo corrían las máquinas, haciendo espacio.

Justina y Barto atraídos por los ruidos y la música qué sonaba se asomaron al taller y quedaron demudados ante lo que vieron.

— ¡sí, señor! ¡luz del sol para todo el mundo! — exclamó Cielo feliz al ver que las ventanas quedaron completamente descubiertas — Don Barto, doña Urraca, miren lo que estamos haciendo... — dijo cuando los vio.

— vemos, vemos... — dijo Barto casi sin voz.

Cielo les contó que pensaban convertir ese lugar lúgubre en algo mucho más alegre. Habían colocado el horno de cerámica en un pequeño patiecito que había en el fondo del taller, y habían dejado las máquinas ahí apiladas; si alguien quería aprender el oficio, podría hacerlo. Ahora, al abrir la puerta trampa, uniendo el taller con el patio cubierto, quedaba una amplio espacio en el que podían hacer de todo.

Barto aplaudió chiquito, fingiendo alegría, y se alejó con Justina pisándole los talones.

Tras el subidon de emoción que habían tenido los chicos en aquellas horas, nuevamente todo parecía haber vuelto a la normalidad. Los chicos caminaban pensativos, cabizbajos y disimulando su tristeza.

Clara cuando los vio, supo que algo pasaba, algo estaba pasando por alto, algo que no lograba ver, y le frustraba no saber que era.

Quería ir preguntarles directamente pero sabía que ninguno le diría la verdad. Habian callado durante mucho tiempo, ¿porque hablarían ahora? Clara suponía muchas cosas, entrelazaba todo lo que había visto, su cabeza iba más allá, pensaba cosas demasiado fuertes que se negaba a creer que eran posible. Porque era imposible que los chicos fueran maltratados frente a ella y no se diera cuenta. Vivía allí, los habría tenido que ver. ¿Un secreto tan grande se podría guardar viviendo bajo el mismo techo?

Cuando Rama entro a la cocina vio la oportunidad de resolver sus dudas y sin rodeos se lo preguntó — ¿don Barto os maltrata? — escupió de golpe.

Rama abrió los ojos como platos cuando oyó la pregunta dejando el vaso de agua que había ido a buscar, se acercó rápidamente a la puerta para asegurarse de que no había nadie cerca y luego camino hacia Clara, quedando muy cerca.

— basta con eso, ya te explique lo que sucede, no vuelvas a repetir esas palabras.

Las palabras de Rama, sus nervios, solo sirvieron para aumentar las dudas de Clara. Pero esas dudas en días fueron completamente resueltas. Y no de la manera de la que ella hubiera querido.

Clara Casi AngelesWhere stories live. Discover now