PROLOGO

1.3K 66 3
                                    


CLARA era una chica feliz, una gran felicidad acompañada de una vida modesta. Vivía en una pequeña casita junto al bosque con su abuelita de cabello blanquecino, de gran sonrisa y manos temblorosas, al igual que su voz. Siempre iba con su delantal blanco con olor a limpio.

Ella amaba los pocos libros que podía conseguir, la hora de la merienda, la música que salía de la vieja radio, que a veces en medio de la canción se estropeaba su pequeño cuarto pero cálido, preparar junto a su abuela las tartas que vendían para poder vivir, las tardes de lluvia leyendo libros de amor y fantasía, oír el canto de los pájaros junto a la ventana. Todo eso conformaba la humilde felicidad de Clara, que para ella era suficiente. Pero en el fondo había algo, pequeño, algo sutil, pero que siempre estaba ahí, en el fondo de ella, y aunque intentara no presentarle atención no la dejaba tranquila. Era como el zumbido de un mosquito siempre ahí molestando.

La doñita Hilda en realidad no era su abuela, ella lo sabía, era algo que nunca le había escondido, Siempre le había contado la manera en la que se convirtieron en la familia que eran a día de hoy: "Una fria noche de tormenta la viejacita vio una pequeña sombra que se movía de un lado a otro con torpeza, apenas podía mantenerse de pie. Se acercó con miedo atenta por si llegaba a ser un animalito que salía del bosque perdido o herido, pero se sorprendió cuando vio el cuerpo de una niña de apenas cinco años completamente mojado y tiritando de frío, a segundos de caer desmayada. Tardo unos cuantos días en despertar, cuando lo hizo Hilda tuvo que esperar semanas para oír su voz por primera vez, lo único que llegó a decir era un nombre, Clara, supuso que era el suyo propio y así comenzó a llamarla".

Intentó saber más de ella, que le explicara como había llegado hasta ahí, sola, y en aquella noche tan oscura y fria. No era lugar para nadie y muchi menos para una pequeña niña, pero la pequeña de nombre, recientemente conocido para ella no dijo nada más, le costó mucho tiempo lograr que Clara volviera a decir algo, fue como si tuviera que enseñarle de nuevo a hablar, como si la tormenta que se abalanzó sobre ella aquella noche se llevó consigo todos sus recuerdos.

Sus ojos, esos hermosos y grandes ojos de color celeste, como el cielo en un día soleado, estaban vacíos, sin brillo igual que la noche que la conoció. No había duda de que esa noche, pasara lo que pasara habia dejado marca en esa dulce niña.

Hilda era una señora mayor que no tenía nada, nunca había tenido hijos, siempre había vivido sola en aquella casa destrozada por las lluvias y el viento cerca del bosque, lejos de toda la gente, pero era una mujer buena y dulce. Tras varios días, y muchas dudas al final decidió ocuparse de Clara, lo hacía con mucho esmero.Vio en aquella niña un nuevo comienzo, una nueva vida, algo que siempre había deseado y nunca había podido tener, vio en ella una hija, o una nieta, eso daba igual, vio en esa pequeña la posibilidad de tener la familia que nunca había tenido, y con lo que siempre había soñado. Hilda se prometió que cuidaría lo mejor que pudiera de Clara, dándole una vida feliz, asegurándose de que aquella niña bajo su cuidado nunca más volvería a perder el brillo de sus ojos - porque tus ojos están echos para brillar - le susurro mientras dormía en su regazo.

En su viejo horno comenzó a preparar pasteles, tortas y dulces que luego vendía por las calles, con el dinero que conseguía le compraba la ropa, algunos juguetes y libros a la que había presentado al mundo como a su nieta.

Clara no guardaba recuerdos de su antigua vida, era muy chiquita, las primeras noches si lloraba llamando mamá y papá pero pasados los años dejó de hacerlos y lo que parecían pesadillas comenzaron a convertirse en sueños que poco a poco se fueron disipando borrandose por completo de su memoria. Llegando a un punto en el que para Clara no había otra vida más que la que tenía junto a su abuelita. Su vida pasada parecía nunca haber existido ya no quedaba nada, salvo su nombre. Clara, eso era lo único que tenía de lo que podría haber sido su vida.

Se sentía feliz viviendo allí. Era mimada, quería y cuidada como nadie. Pasaba el día entero jugando en los alrededor de la casa, volvía siempre con algún rasguño tras subirse a los árboles, donde alimentaba a los pajaritos que canturreaban.

Podía no tener casi nada, pero Hilda se encargaba de que esa pequeña niña soñara y pintara su vida de colores, al igual que pintaba los dibujos que hacía en la pequeña libreta que siempre tenía en sus manos. Así día a día, mes a mes, y año tras año, Clara fue creciendo feliz en un mundo simple pero completamente mágico y lleno de colores para ella.

Pero cuando menos lo esperaba ese molesto zumbido volvía, y no podía negarse que no saber de donde venía le provocaba muchas dudas "¿que será de mi familia? ¿como llegué al bosque? ¿me abandonaron? ¿me perdí? y si es así ¿me buscaron? ¿tal vez me siguen buscando? ¿o tal vez no? ¿tengo hermanos, abuelos? ¿donde vivía? ¿como son? ¿seguirán vivos? tal vez murieron ¿me parezca más a papá o a mamá? ¿de quien habre heredado mis grandes ojos celestes?" Preguntas y más preguntas de las cuales siempre terminaba resignada, aceptando que nunca podría encontrar las respuestas. Y aún así, siempre en algun momento aprecian. Y no era porque extrañaba su antigua vida, porque no se podía extrañar lo que no se recordaba. Era simplemente por que quería saber que habría sido de ella.

Cuando Clara cumplió los ocho años, quiso aprender a hacer aquellos ricos pasteles que llenaban su hogar con un olor que le hacía tener hambre a todas horas, incluso cuando hacía segundos había comido. Comenzó a ayudar a su abuelita, por las mañanas preparaban los dulces y por las tardes tomaban el colectivo, haciendo un trayecto de horas para luego caminar por las calles vendiendo lo preparado. Si bien luego terminaba cansada, siempre era emocionante para ella contar las monedas que había conseguido. Con la primera plata que había logrado recaudar en su primera tarde de trabajo le compró un delantal nuevo a su abuela, que se emocionó hasta llegar a las lagrimas el recibirlo.

Un día Doñita Hilda enfermo, esta vez no era como las otras veces, que solo pasaba un día en la cama y sin recuperarse volvía a ponerse de pie para preparar las tartas, siendo regañada por Clara, esta vez pasaron los días y ella seguía allá acostada, día a día parecía empeorar. Y esta vez fue Clara la que se tuvo que hacer cargo de su abuelita, tal como en un pasado lo hizo ella. Un año más tarde Clara quedo completamente sola.

Ya nada la unía a es casa, no era realmente suya, y lo único que la mantenía ahí, ya no estaba. Pero tampoco conocía otro lugar, no tenía a dónde ir, ni con quien, Clara comenzó a sentir la soledad ya no tenía nada, ni a nadie. Su miedo se había echo realidad.

Un día de Marzo decidió que era el momento de atreverse a emprender un viaje sin destino. Tomó una bolsa, junto algunas de sus cosas, las más importantes: su libreta, los lápices y colores con los que dibujaba, su libro favorito, algo de ropa, plata y una fotografía de su abuelita. Se despidió y salió de la que había sido durante años su hogar, caminando sin tener un rumbo, pero con la sensación de que algo le esperaba.

'Iba en el aire, se podía respirar, se podía presentir. la magia y el amor llegarían a la mansión Inchausti. el 21 de marzo de 2007 ese día, sin que ella lo supiera cambiaría por siempre la vida de Clara"

Mientras aquel día ocurrian cosas para que todo siguiera su destino, como si cruzara los hilos que uniría diferentes caminos en un mismo punto, frente a una gran mansión, la mansión Inchausti, una misteriosa de pelo plateado observaba en lo más alto el reloj con una sonrisa esperanzada esperando a que todo sucediera.

Clara Casi AngelesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora