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Julio 20 de 1993

Carol y Erick se miraban ansiosos el uno al otro. Se encontraban en la espera de recibir a sus mellizas y no podían estar más que emocionados.

Carol gritó al sentir una fuerte contracción en su vientre. La hora había llegado. Erick se apuró en tocar el botón rojo a un lado de la camilla que le habían informado horas antes las enfermeras que debía presionar cuando ella comenzara a tener contracciones.
No había pasado ni un minuto cuando varias de ellas los abordaron en la habitación y se llevaron a Carol a la sala de parto.

Ella casi no podía soportar el dolor. Sentía que la estaban rompiendo en dos y no paraba de apretar los dientes y maldecir a Erick, el cual ya tenía puesto un traje azul sobre su ropa y un gorro del mismo color para poder presenciar el parto.

—No se preocupe, está sintiendo mucho dolor y es normal que lo insulte en estos momentos, puesto que es gracias a usted que ella está así.—dijo una enfermera mirando a Erick

— ¡Pero si ella estuvo de acuerdo de no usar protección!—chilló éste y la enfermera lo miró con mala cara.

—Cállese y dele la mano a su mujer. Apóyela porque lo necesitará.

Erick se calló y se colocó a un lado de su esposa, le sostuvo la mano y le dio un leve apretón cariñoso, a diferencia de ella que apretó tan fuerte su mano que lo hizo soltar un gemido lastimero.

Luego de haber preparado a Carol el médico comenzó a decirle que pujara, y así lo hizo. Le dolía, y mucho. Dudaba que pudiera seguir con eso por más tiempo. Se estaba comenzando a arrepentir de haber elegido parto normal en vez de cesárea y principalmente de no haber usado protección en primer lugar.

Pujó unas cuántas veces más y nació una de las dos niñas. Bueno, faltaba la otra. Empezó a pujar con la poca fuerza que le quedaba y cinco minutos después nació la otra niña. Dio un sonoro suspiro, ya no había dolor...

Siete años después.

Kara jugaba con sus bloques de juguete mientras todos veían asustados Poltergeist. Observó como Clara se escondía en el pecho de su padre mientras pegaba gritos. Kara miró la Tv y era la escena en donde el payaso de la mecedora cobraba vida y estaba debajo de la cama intentando estrangular al niño. Pero, ¿A que clase de padres se les ocurría regalarle a sus hijos un payaso tan feo y aterrador como ese?, ¿eran tontos o qué? Sus hermanos, Brandon y Lucas estaban a su lado derrumbándole todo lo que hacía.

—¿Tienes miedo?—preguntó Brandon golpeándole suavemente el hombro—. Eres una cobarde, Kara

—No, es sólo que odio a ése payaso y deja de derrumbar lo que hago.

—No eres la única, a mi también me dio algo de miedo.

—Nunca se te ocurra regalarme un payaso en tu vida, porque lo quemaré frente a ti.

—Oh, ya sé qué regalarte para tu próximo cumpleaños.—sonrió pícaro, le sacó la lengua y volvió a derrumbarle lo que hacía.

Eran las diez de la noche y todos ya estaban agotados. Se levantaron de donde estaban y estiraron sus cuerpos. Fue entonces cuando un fuerte estruendo resonó por todo el salón. Alarmados, Erick y Carol se miraron entre sí, la semilla del miedo y preocupación por sus hijos se sembró en ellos. Les gritaron a los niños que se movieran, que corrieran pero ninguno de los cuatro se movía.

Un disparo sonó desde afuera, seguido de gritos y fue ahí cuando entraron nuevamente en sí y fueron conscientes de lo que ocurría. Brandon tomó a Kara y la cargó. Lucas, de igual manera tomó a Clara y salieron corriendo a esconderse.

Corazón Principiante✔️Donde viven las historias. Descúbrelo ahora