TreintaYCuatro|Querida Prima|

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Nora yacía en la cocina charlando tranquilamente con Martha, la señora que cocinaba desde hacía años en la mansión Puckett. Apoyó sus codos a la isla y pensó en Noah, y en su pasado. Él, desde muy temprana edad, había tenido que aprender a moverse por sí mismo, a ser independiente. Recordar todo lo que él había tenido que soportar en su tórrida infancia, le dolía. Él se había vuelto un hijo tanto para ella, como para su marido. Un chasquido la hizo salir de su ensimismamiento, y giró la cabeza a donde provenía. Era el mayordomo, Claus.

—Señora, tiene visita.—ella asintió, preguntándose quién sería—. La señora la está esperando en la sala.

Nora le sonrió a Martha, y se bajó de un salto del taburete. Ya en el suelo, arregló su camisón blanco de pedrería y revisó que sus pantalones del mismo color no tuvieran alguna mancha. Caminó siguiendo los pasos de Claus y se detuvo en seco al ver a la mujer que yacía sentada cómodamente en uno de los muebles y con una taza de té en sus manos.

Claus se retiró, dando una leve inclinación.

Nora, sintiéndose completamente ofendida con la presencia de esa innombrable, le gritó:

—¿¡Qué diablos haces mi casa!?—gritó.

—¿No me extrañabas, querida prima? Hacía mucho que no nos veíamos.—dijo, levantándose y plantándose frente a ella.

—Esperaba no volver a verte en lo que me queda de vida.—respondió mordaz.

Oh, que mal.

—¿A qué has venido?—preguntó.

—¿Para qué más? Quiero ver a mí hijo.

Nora se enfureció. No. No. No. Esa mujer no podía estar buscándolo.

—Él ya no es tú hijo. Es mío. No tienes ningún derecho sobre él.

—Sigo siendo su madre. Yo lo parí y lo crié. ¿Y ves en dónde está ahora?

—Sí, pero no gracias a ti está en donde está.

—De igual manera. ¿Sabes lo horrible que fue dar a luz a ese maldito bastardo en un estacionamiento? Además de todo lo que mi cuerpo cambió y ya no era lo suficientemente deseable para su padre.

Un estremecimiento recorrió todo el cuerpo de Nora. ¿Ella sabía con exactitud quién era el padre de Noah? Aquella era la pregunta que llevaba haciéndose durante años.

—¿Quién es su padre?

—Eso sólo yo lo sé. Ni siquiera él sabe que Basurita es hijo suyo.

—¡No lo llames así! Más basura serás tú, que abandonaste a tus propios hijos. ¿Cómo pudiste dejar que golpearan a Noah hasta casi matarlo? ¿Cómo pudiste dejar que esos malditos se llevaran a Annie?

—Ella sólo era un estorbo más en mi camino. Y, cuando eso pasó, ya la había tomado un poco de cariño a Basu... Eh, ¿cómo era? ¡Ah! ¡Noah Bryce MacIntyre!

—Me sorprende que recuerdes su nombre.

—¿Dónde está mi hijo? Necesito hablar con él.

—No dejaré que te acerques a él.

—Ahh. ¿Y eso por qué? Tengo pleno derecho sobre él.

—Ya no tiene diez años, Lola.

—Lo sé, pero igual soy su madre.

—No has respondido, ¿Quién es el padre de Noah? ¿En dónde está Annie?

—Todo se sabrá a su debido momento. Y, sobre la pequeña bastardita... ¿Recuerdas a Greta?

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