EPÍLOGO

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Las velas del templo se encendieron al abrirse las enormes puertas talladas. Dos menudas figuras entraron con un ramo de rosas cada una, al igual que lo había hecho durante dieciocho años. La construcción del templo de marfil y oro se llevó a cabo pocos meses después de aquella noche. Y Alexandra y Alma juraron preservarlo desde que tuvieron consciencia.

—Deberíamos darnos prisa, papá nos matará si llegamos tarde a la coronación de Luvia.

—Sin mencionar a la tía Lena, pero lo primero es lo primero, Alexandra, la luz no debe abandonar este lugar, jamás.

Aunque eso nunca pasaba. Todas las personas del reino acudían cada día a este lugar, dejaban velas, pequeñas y grandes ofrendas, todas dedicadas a la joven que libró a Caudentry de aquella guardiana oscura.

—Hola mamá —Alexandra se puso de rodillas antes la inmensa fuente—, te trajimos tus flores favoritas.

Ambas comenzaron a arrojar los pétalos al agua de la fuente. Su tía Vanessa decía que era la mejor manera de que su madre recibiera aquel obsequio.

—Y un pequeño regalo que la abuela Janine nos dio —Alexandra puso el hermoso collar al pie de la fuente.

—Hoy en la noche es la coronación de Luvia —siguió Alma—. ¿Puedes creerlo? La nueva reina de los Hathaway. Todos están muy contentos, el abuelo dice que ella nació para reinar, justo como la tía Tatiana. Y que tal vez, nosotras podamos hacerlo en unos años.

Cada año, cada mes, cada día que las gemelas pisaban este lugar, no dudaban en contarle a su madre cada detalle de su vida y de quienes algún día la amaron tanto.

Era bien sabido que Ariana Cornelius las había llevado en su vientre en los meses siguientes de su concepción y también era sabido que Nathan era su padre. Los dioses los habían ayudado. Salvaron su vida, pues de una u otra manera fueron consientes de que su padre no podía quedarse solo. Amaban a Ariana, ella también era su madre. Hubo un par de años en el que desearon que ella y Nathan se quedaran juntos, que fueran felices por siempre, pero eran muy pequeñas para entender que ellos no podían llegar a eso. Ambos se dedicaron a la tarea criarlas, eran los mejores padres, y muy buenos amigos.

Y una de la más grandes características que Alexia había dejado algo en ellas, era ese brillante cabello rojo, ese rasgo que su padre tanto amaba de ellas. Su tía Dëni decía que se acabarían acostumbrando a la rareza en su vida. Eso siempre fue algo abundante en la vida de todos en este lugar. Incluso para sus abuelos en Terra. Ellos no estaban al tanto de lo que había sucedido. La mujer que se presentaba como su hija, en realidad era Ariana. Ella decía que el abuelo Daniel y la abuela Janine ya habían sufrido mucho por la perdida de sus hijas, no podían repetirlo de nuevo.

—¿Cerraste bien? —preguntó Alma.

—Claro que sí —respondió—, siempre lo hago.

Y al igual que cada año, se arriesgaban lo suficiente solo para poder ver a su madre. Unos minutos, siempre era así y con suerte acabarían antes de que su padre llegara.

Alma sacó el pequeño cuchillo y cortó con rapidez la palma de su mano y la de su hermana. Ambas las unieron, recitando el hechizo que habían encontrado en los libros de su tía Vanessa. La sangre cayó rápidamente en el agua y en pocos segundos, su madre apareció.

Amaban este momento. El ver que la guardiana del fuego apareciera de entre las aguas, cada vez con un vestido más hermoso, con aquella hermosa tiara de diamantes que tal parecían estar hechizados por aquel magnifico resplandor y lo más bello, ese brillo encantador en su mirada. Se sentían orgullosas de ser sus hijas.

—Niñas, su padre tendrá un ataque si se da cuenta de esto —sonrió—, no importa cuantas cosas tengan que contarme.

—Quizá no vamos a venir en un buen tiempo mamá —Alma jugueteó con el agua—, pasaremos una temporada con los Terrancer luego de la coronación.

"El Elemento Perdido #4: Aire" ⚠️ Disponible Hasta El 31 De Diciembre⚠️Donde viven las historias. Descúbrelo ahora