CAPÍTULO 31 - Madrid, febrero y noviembre

4.8K 123 44
                                    

Cepeda
Madrid, febrero 2018
Las heridas tardan en cerrar, mi labio en recomponerse y mi respiración en acompasarse pasados cuatro días desde la paliza.

Ivonne, enfermera tras la camilla y amiga delante de la barra de la cafetería que frecuentamos, ha preparado la cena aceptando mi ayuda después de curar las heridas que se sitúan en mi costado.

– Diría que tu hermano es un cabrón – suspiro y dejo el cuchillo sobre el mármol –, pero es tu hermano.

– Es un cabrón, puedes decirlo.

Busca el paño de cocina que cuelga de la cintura de mis pantalones y se lo tiendo, agradece el gesto con una sonrisa y su espalda queda tras la mía.
Hace unos días sintió lástima por mí y, como si de un perro callejero se tratase, me ayuda a salir a flote. Le invade la culpa y que sea Miguel, su hermano y el cabecilla de la pandilla, el que me haya hecho esto.

Minutos antes, con mi camiseta entre sus manos y mi torso temblando por el alcohol que desprendía sobre él, me ha confesado que nos une algo demasiado fuerte. La conciencia de ambos.

– ¿ Has pensado ya en...– hago una pausa y tomo el aire necesario para continuar la pregunta con templanza –, ya sabes, en hablar con la policía ?

Ivonne resopla, continúa cortando las verduras que le añadirá a la ensalada y levanta la mirada para hacerlo desconcertada.

– Mi hermano es imbécil, siempre le dije que lo estaba haciendo mal, nunca le apoyé. Tú eres un chaquetero, te dejas llevar. A él lo quiero como hermano mío que es y tú sólo me caes bien.

– ¿ Entonces...?

– Entonces me va a tener que tocar callar y tragar.

Miguel es muy persuasivo, siempre lo fue en esto y lo seguirá siendo. Esta tarde he recibido un total de treinta y cinco llamadas. Su hermana, Ivonne, otras diez.

Todo comenzó en ese maldito callejón, ese en el que lo mismo te ofrecen una raya o asistir a una carrera de caballos. Pero lo mío no fue ninguna de las dos opciones.

Manipularon un partido de golf y me hicieron partícipe, ofreciéndome una cantidad de capital que, ahora mismo, rechazaría con los ojos cerrados, las orejas tapadas y los puños apretados.

Miguel, el cabecilla del grupo, vio algo en mí. Él dispuesto a ganar más dinero del que ya tenía, yo necesitándolo.

Y es que todavía le debía dinero, la paliza era la consecuencia de ello pero todavía faltaba dinero sobre su mesa. Ivonne me saca de mis pensamientos.

– ¿ Y esa cara ?

Cenamos sobre su alfombra e intento desviar el tema. Pese a que han pasado sólo cuatro días me conoce demasiado bien. O no y simplemente somos más parecidos de lo que creíamos.

– N-No... Da igual.

Alza las cejas, no se rinde tan fácilmente. ¿ Podría ser capaz de desahogarme con ella ? Mi cabeza niega, su mirada me convence.

– Me va mal.

– Hay solución Luis, olvidas a mi hermano y empiezas de nuevo. Pero esta vez sin líos.

– Le sigo debiendo dinero, Ivonne.

Rueda sus ojos y apoya su cabeza en el sofá. Con un movimiento inocente se levanta en dirección a la mesa donde hemos dejado los platos de la cena. En un descuido su sudadera enorme se pliega y su ropa interior se descubre. La sigo en cuestión de segundos evitando la estampa.

A cuatro manos conseguimos fregar absolutamente todo y es en el momento de secarnos las manos cuando volvemos a rozarnos. Yo ofreciéndole el paño, ella buscando la guerra.

ACORDES SOBRE TU PIEL || AITEDADonde viven las historias. Descúbrelo ahora