CAPÍTULO 42 - Vas a quedarte

3.6K 144 40
                                    

Aitana
Madrid, abril 2019
Mis pies y su rutina de encaminarme cada noche al mismo lugar.
Porque ya nada depende de mis ganas de echarnos de más, porque ahora sólo nos queda echar de menos.
Porque nuestra segunda parte parece no llegar nunca. Que han pasado dos meses y aún tiene que volver a ser Navidad.

Porque mis pies, involuntariamente, cada noche vuelven a su cama, a la que algún día, compartió conmigo.

Noches de frustración, emoción, conmoción... Noches que hicimos lo que mejor sabíamos, el verano en el mes de octubre. El mes en el que, probablemente y yo sin darme cuenta, empezaron las mariposas a revolotear en la boca de mi estómago sin la necesidad de que la primavera entrase. La fricción de nuestros cuerpos y nuestros labios entrelazados a la vez que nuestros dedos ya era suficiente.

La cerradura se resiste y no hago esfuerzos por llegar a encender la luz del pasillo que acogió más de un arrebato de pasión nuestro. Cuando nuestros cuerpos bailaban al compás hasta llegar a su habitación, pasando antes por la cocina e incluso el lavadero. Cuando aprovechamos la mesa como soporte porque a ambos nos temblaban las piernas o el día que las perlas, botones de mi camisa, se esparcieron por el suelo porque  decidió arrancarlo todo de una vez. Incitado por mí, por mis ganas y los insistentes roces de mi rodilla en su entrepierna ya abultada.

Mis ojos, como cada noche desde que hago el recorrido, se humedecen y emborronan mis párpados a causa del agua que se escapa por el lagrimal. Mis dedos, después de sentarme en una esquina del colchón, hacen un gruño con la sábana entre ellos.

– Puto Luis.

Mis pies ya descalzos empujan una de las cajas que no hizo falta ocupar y, bajo la oscuridad y mi silueta iluminada por los rayos de la tormenta que hasta llegar aquí me ha perseguido y empapado, busco un jersey viejo que también debió olvidar.

Azul, su color favorito.

Mis piernas desnudas, y frías como el témpano, se esconden bajo el nórdico cuando de medio lado ocupo su lado de la cama. El izquierdo, el más cercano a la ventana. Porque si necesitaba expulsar el humo de sus pulmones era su salida y si su cabeza también lo necesitaba era su paz.

Cierro los ojos con fuerza tratando de imaginar sus brazos rodeándome desde atrás, sus manos sobre mi vientre y sus sonoros, pero respetables, ronquidos en mi oreja.

Porque nunca habíamos vivido juntos como tal, nunca lo llamamos así. Pero fueron meses en los que le preguntaba cada noche, después de una cena o un polvo, si podía hacerme un hueco y acurrucarme con él, acoplarme a su cuerpo y sentirme yo.

Porque nunca fuimos de grandes fiestas y actos, ni siquiera en San Valentín, que si algún plan se nos pasó por la cabeza, pronto se fue a causa de la lluvia y el granizo. Los chuzos de punta.

Porque llevaba dos meses buscando la postura ideal para dormir en esta cama tan grande, tan fría. Porque hacía dos semanas que no escuchaba su voz.

Dirá la gente que yo estoy loca
Si yo estoy loca es porque andas en mi cabeza
Quise obligarme a olvidar tu boca
Y ahora mi boca dirá que si tú regresas

Porque son las tres de la mañana y me lanzo desesperada a mi teléfono. A buscar su contacto que, como es de costumbre en estos días, comunica.

– Joder... Cógelo de una puta vez...

Porque cada noche que pasa me niego a que él, a miles de kilómetros, trate de hacer lo mismo que yo; martirizarme para olvidarle.

Una lucha constante. De intentar olvidar su nariz perfilando la ajena, nuestras manos entrelazadas marcando una gran diferencia o su boca conquistando los espacios vacíos de la mía.

ACORDES SOBRE TU PIEL || AITEDADonde viven las historias. Descúbrelo ahora