CAPÍTULO 58 - Yo contigo, tú conmigo

2.7K 119 22
                                    

Cepeda
Buscando la seguridad de su mirada me topé con la incertidumbre de la expresión de sus ojos inquietos y el temblor de sus manos ante el contacto con la pequeña de ojos claros que agachaba su mentón observando sus pies con inocencia, uno de los gestos que mostraban parte de su inseguridad o bajo ánimo.

Buscando su estabilidad, ofreciendo mi antebrazo cerca del apoyo del suyo, encontré uno de sus manotazos que me azotó suave haciéndome entender que ella también emprendía una búsqueda que por sus gestos bien podría estar asegurándose de la carencia de arañazos en la piel de la cría, posiblemente sus ojos temen dar con algún desafortunado moratón a cada centímetro que observa. La chica del flequillo examina a la pequeña pese a las insistencias de su acompañante, Joaquín, quien en todo momento confirma que su piel se encuentra en perfecto estado, que el decaimiento de su rostro no se debe a cualquier daño físico.

Aún así no parece muy decidida a incorporarse y que sus rodillas dejen de estar flexionadas en el parquet para quedar a la altura de la que no alcanza el metro de estatura.

El semblante de Gala es serio, y apenas reacciona a los movimientos que la chica del flequillo hace arrodillada a su vera, frente su cuerpo, tratando de cubrir cualquier necesidad que se le presente a la más joven en edad. La mirada desconcertada de la cría que apenas alcanza los cuatro años nos muestra a los adultos su hastío de que el dedo meñique de su pie, metafóricamente hablando, choque en demasía como piedra del error, con la pata de la mesa. Sin embargo, el pulgar es incapaz de sostenerse sobre la cuerda que le incendia con su roce y le produce unas quemaduras de dolor insaciable.

La niña observa sus manos nerviosa, también algo insegura de cada músculo que retiene sin el apenas movimiento reflejo de cualquier jovenzuelo, rechaza los brazos de una Aitana desolada y vuelve junto a Joaquín, donde se encuentra su mejor escondite, la pierna de este. El hombre suspira exhausto y con la mirada me ofrece ser él la persona que tome el primer paso, arrastrándose así hasta la entrada de la vivienda.

Pese a una leve molestia que se sitúa en la zona más baja de su abdomen, Aitana se incorpora esperando el próximo movimiento del traductor que colabora en la oenegé de la que ella también formó parte antes de su baja correspondiente.

– Joaquín – se alama escueta al identificar una pequeña mochila tras su espalda – ¿Qué ocurre?

Unos gestos nerviosos por mi parte guían al hombre por el pasillo hasta dar con el comedor del hogar que Gala, a causa de situaciones cargadas en ocasiones de ironía, acabará reconociendo como tal, o al menos durante un tiempo lo hará suyo.

Freno los pasos de una Aitana de pies descalzos y alcanzo su cuerpo a la altura de su codo, la retengo frente al mío y le cedo asiento a ambos invitados ante su atenta y suplicante mirada que me exige conocer más de una situación tan improvisada como la actual, la que observan sus ojos atónitos. Chasquea la lengua nerviosa y golpea parte de mi abdomen reclamando mi atención, la que hasta el momento se encontraba perdida en el interior de esa sala y los juegos que mi compañero trataba de proporcionarle a Gala.

La pequeña de cabello castaño busca algo más que un hogar, no uno en sí, porque en ese caso siempre fue comprensible que se demorasen más de lo esperado en ello, principalmente porque no precisamente es una familia lo que necesita. Familia que todavía buscan.

Son muchos los niños que al salir del hospital en el que nacen lo hacen acompañados de una familia de acogida, demasiados los que acaban en un centro de menores sin importar su edad, y en demasía los que no terminan de encajar en la rutina de estos centros.

Fue Juanjo, un pequeño de raza oscura, el bebé prematuro que el primer contacto que recibió no fue el de su madre biológica, sino el de una mujer de todo corazón que se ofreció a darle no la vida, pero sí una familia durante sus primeros cuatro meses de vida. Hoy en día, tras muchas idas y venidas, ese pequeño comienza tercero de primaria de la mano de sus padres adoptivos, los que finalmente y tras muchos juicios, se hicieron con la custodia de ese niño que con apenas dos años de edad no podían desvincularlo de sus brazos cuando llegaba el final de unas primeras visitas completamente rutinarias.

ACORDES SOBRE TU PIEL || AITEDADonde viven las historias. Descúbrelo ahora