CAPÍTULO 52 - Tinta azul

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Cepeda
En esta historia el papel está demasiado arrugado, la pluma ya no se desliza sola y ocurren párrafos cada aproximadamente dos semanas. Como si de la vela de un barco se tratase y se moviese con el viento que anda calmado más de una década de días.
En esta historia ya no quedan muchas más palabras por escribir. Cuando un día pude hacer un contrato con una discográfica, pues un disco por semana escribía, o incluso vender versos a pie de calle como si de un loco se tratase.

Pero esta historia se agota, desgasta y mata.

La tinta no fluye, los versos que un día le escribí a ella han quedado olvidados al igual que todos esos planes imperfectos que una tarde de sofá y manta anotamos de forma inocente, sin saber qué nos depararía el futuro.

¿ La razón ? Faltaba tinta azul.

Similar, tan sólo por su rastro, a la que expulsa mi corazón con cada bombeo. Al riego que derrama este cuándo ella está cerca.

Y, por un momento, pienso sobre la posibilidad de que ella haya olvidado la nuestra. La que se concentraba en la frente del otro cuando alguna trifulca pequeña sacudía nuestra relación o la que un día plantemos fusionar, compartir.

Sonrío al olvido recordando lo que un día me empujó a hacerlo, o más bien ella. Sus ojos verdes bajo su intocable flequillo y sus pestañas infinitas revoloteando cuál mariposa. Y lo hago porque al abrir redes sociales se muestra tal y como es, venciendo el miedo delante de un espejo y posicionando la palma de su mano bajo su tripa que a finales de semana alcanzará las veinte semanas.

Un corazón de riego azul parpadea siendo el más reciente en su lista de comentarios.

Mi móvil escondido en mi bolsillo trasero del pantalón y mis pasos, involuntariamente, dirigiéndose hacia la tienda infantil que nada más levantar la cabeza he visualizado. Lo he hecho hasta tal punto de observar el escaparate durante minutos. Mirando con miedo todos y más complementos que usará su hija, la que posiblemente cambie a la chica del flequillo completamente hasta el punto de volverla loca durante la noche con los llantos que nadie sabrá cómo acallar, sólo ella y sobre su pecho.

Observo con nostalgia de lo que realmente nunca tuve. Porque volveré a perderla.

Pero eso no significa que no pueda introducirme en el local buscando la exquisitez y la sencillez en un pequeño detalle que una chica me enseña sobre el mostrador.

Y quiero ser él, Miguel, cuando me ofrece unos chupetes de la tetina más pequeña y con una dedicatoria.

Papá.

– Creo que ese azul – lo señalo –, posiblemente ese esté bien.

(*)

La palma de mi mano trata de secar el sudor de mi frente cuando bajo del coche. Mi mochila va conmigo a mis espaldas y el pequeño detalle está escondido en una bolsa decorada.

El piloto suena cuando las luces del vehículo se encienden indicándome que lo he cerrado correctamente.

Mis pasos se dirigen temblorosos hacia la puerta principal y mi cuerpo se refugia al llegar bajo el techado del porche. No cae el diluvio universal pero lo hará.

Mis nudillos impactando contra la madera y el receptor del sonido asomando al otro lado del umbral de la puerta ya en pantalón de chándal y con el torso descubierto. La sonrisa que tenía instalada en mi cara durante el trayecto desaparece con su mandíbula apretada frente a mí.

– Hoy todos nos jodéis la intimidad – murmura aclarando su vestuario bastante entendible para la hora en la que coincidimos.

Alzo las cejas y posiciono mis brazos en jarras, los desplantes de este tipo son demasiado comunes cuando no coincidimos ambos con ella.

ACORDES SOBRE TU PIEL || AITEDAWhere stories live. Discover now