CAPÍTULO 35 - Llegas tú

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Cepeda
Llega ella, lo cambia todo. Y lo más difícil, no poder pedir a nadie que se quede. No a ella, que la quiero libre y segura. Libre de sus propias alas.

– Llega... – rasgo varias cuerdas sin orden alguno, nada – ¿ ella ? – miro hacia el techo, nunca encontraré las estrellas con las que tanto deseo dormir algún día, no en Madrid –, puta mierda. No...

Cruzo mis piernas, las vuelvo a tensar, las encojo...
Un pie sobre otro.

– Llegas tú... – ella, lección, error, el mejor de todos, el mejor error, la luz al final del túnel – con tu luz – esa mirada que despierta, la sonrisa –, tu risa...

Ella, poesía. Luz, arte y lección para esos errores de los que nunca aprendo. Y todo da igual.

– Y ya da igual...

Arrojo la guitarra a un lado. Saldría si tuviese paz, la de verla dormir. Pero no voy a interrumpir su sueño por inspirarme a cruzar las cuerdas de una guitarra. Saldrá cuando la mire a las siete de la mañana, o a las nueve de la noche del día siguiente, cuando la tenga delante.

O ahora, que se ha despertado y ha abandonado la cama para venir a buscarme a mi estudio.

Se envuelve en una manta y se acerca hasta sentarse sobre mí, tapándome a mí también.

– Si vengo a tu casa a dormir contigo y despareces de la cama, ¿ de qué nos sirve ?

– No te quería despertar.

Mi pulgar se desliza por su mejilla y barbilla, levanta su mentón en dirección a mis ojos. Ella sin embargo los cierra.

Y es cuando la armonía llega a ella y relaja sus facciones cuando me decido a estudiar de nuevo su boca, el último repaso antes del examen.

Los deberes están hechos, no he tardado en ocupar los espacios vacíos, besos cálidos, húmedos.

Comienza a desenvolvernos de la manta y yo a levantarnos a los dos, poco a poco. Queriendo aumentar la velocidad por segundos.

Velocidad que llega cuando la guío hasta la pared más cercana, la casualidad que comparta espacio con el teclado.

Está encendido cuando Aitana se apoya y escuchamos la mejor de las melodías, la improvisada. La que nos lleva a querer arrancarnos la ropa el uno al otro.

Y su volumen resuena entre estas cuatro paredes, dejando en un segundo plano nuestras respiraciones alteradas.

La mejor de las melodías, la que crea ella en mi cabeza. La que se intensifica cuando, como si de un piano se tratase, me acaricia bajo mi camiseta con mimo.

Y he visto como toca el piano y noto los acordes que dibuja sobre mí. Él pierde y no solo la batalla, también la guerra.

También veo como cuando presiona las notas de forma descontrolada lo apaga para que reine el silencio. O no, y empieza a jadear en mi oído cuando mi barba enrojece su cuello.

O arranca el vaivén de sus caderas y me vuelve completamente loco cuando me roza.

– Aitana... – mi voz suena ruda.

Y soy yo el que se deshace de mi nueva adquisición, la suya al estrenarlo, mi jersey blanco.

– Te encanta quitarme todo lo que tengo...– murmuro contra su boca, no había pensado que podría utilizarlo en este mismo momento.

– Sí, la ropa, ahora, por ejemplo.

Alcanza los rizos de mi nuca para enredarlos entre sus dedos y encajona su cabeza entre mi hombro y mi cuello cuando nos nota cerca.

ACORDES SOBRE TU PIEL || AITEDAWhere stories live. Discover now