CAPÍTULO 57 - ¿Gala?

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Aitana
Puede que un abrazo no tenga la solución al problema, probablemente no lo aleje ni lo hará desaparecer. Pero la magia de sus brazos rodeándome desde atrás recompone mis heridas y alivia mi dolor interno. Es por eso que se dice que hay un traje que se amolda a todos los cuerpos; un abrazo.

Y todos conocemos qué es y en qué consiste el acto. Pero los brazos de Luis siempre fueron más que un refugio y acarician mi alma con tan sólo su tacto.

Barajo mil posibilidades, alterno la probabilidad de otros brazos rodeándome y varias sábanas de las que no me incumben ni su olor a azahar ni su aroma a rosas. Entre ellas siempre está la opción de sus manos cerca y las mías agarrando su pulgar instantáneamente. Siempre está el poder de decidir su aliento clavado en mi nuca o sus pequeños ronquidos cerca de mi oído, en este caso el derecho.

Encajan ideas en mi cabeza y difícil es de superar la de nuestras piernas entrelazadas bajo el nórdico. O quizás los dedos de mis pies y el inicio de estos fuera del edredón. Su empeño por cubrirme hasta el vértice de mi nariz, aterrado por octubre y amenazado con uno de sus catarros.

Quizás es demasiado complejo entender si no han estado bajo su mentón, encajonados. Si no han escuchado el desesperado bombero de su corazón en situaciones asfixiantes o no han besado el dorso de sus manos cuando trataba de arrancar pielecitas de alrededor de sus uñas cuando la ansiedad.

Quizás me cuestionen cuando me estremezco por uno de sus actos reflejo en el que aprieta mis manos al alcance de sus dedos.

Pero cabe la posibilidad de que mis ojos puedan estar observando lo ficticio, quizás viviendo el intento de un futuro idílico en cuestión de segundos. Mis ojos no creen lo que ven porque si ya les suponía un esfuerzo hacerlo en tiempos de antaño, después de lo sucedido, no iba a ser diferente ahora. Pero vuelvo a ser consciente del peso que hunde el otro lado del colchón y pellizco mi brazo para corroborar que la luz que se introduce por la ventana es real. Y no, no es algo ficticio sus brazos vistiéndome ni sus pequeños suspiros que dan lugar al amanecer en sus ojos oscuros y el revuelo de sus largas pestañas.

Él es consciente de que no encuentro otra paz y otorga el silencio que ruego a no más de las nueve de la mañana, cubriendo este con sonrisas que erizan mi piel por la proximidad de sus labios.

Vuelvo a entrecerrar mis ojos.

– ¿ Estás despierta ? – su voz en mi nuca me estremece. Un escalofrío en mi espina dorsal – Aiti.

Alzo los hombros y asiento. Él parece comprender mis preferencias y espera.

Su mentón descansando en mi hombro, su barba rizada acariciando este y sus dedos paseando despreocupados por parte de mi pelo, en ocasiones cosquilleando mi cuello. Mi espalda esperando ansiosa el vértice de sus dedos cuando impone distancia.

Comienza la lejanía, la ironía.

Dos palmos ocupan la ausencia de ambos cuerpos en el colchón cuando su pecho mira al cielo del dormitorio y mi cuerpo le da la espalda.

Mis ojos cerrados con fuerza. Temiendo que al recordar esta sea su primera reacción a nuestro acercamiento de la pasada noche.

– ¿ Ocurre algo ? – tan sólo como hilo de voz asciende por mi garganta – Luis.

Mi cuerpo orientado en su dirección tras un giro de ciento ochenta grados.

Niega sonriente.

Pese a la no desnudez de mi cuerpo siento la debilidad de taparme y ocultarme bajo el nórdico, que llega a mis orejas. Siento la necesidad de estar ausente cuando la luz del día delata mis labios enrojecidos y los suyos hinchados. Porque si la pasada noche ocurrió fue porque estaba envuelta en una oscuridad que no juzgaría mis movimientos ni tampoco el placer ahogado en mi garganta al recibir sus labios en los míos e incluso, en unos movimientos posteriores, por parte de mi cuello. Erizándome toda.

ACORDES SOBRE TU PIEL || AITEDAWhere stories live. Discover now