CAPÍTULO 45 - Ya nada será igual

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Madrid, 27 abril 2019
Miguel
Se remueve inquieta provocando mis bufidos. Termina abotonando su pantalón y cerrándolo por completo con la cremallera al cabo de unos minutos.

Trata de arreglar el desastre de su pelo en una coleta baja y de colocar su flequillo, como tantas veces repite al día, con su dedos.

– Mujer, quédate.

Parece desesperada buscando sus pertenencias, aún con el pecho descubierto, tratando de taparlo con sus manos.

– El bolso en la entrada – le hago saber –, y tu sujetador no sé dónde coño lo lancé.

– Ni puta gracia, Miguel.

Me asesina con la mirada y ruedo los ojos. Incluso juega a tirarme a la cara mi camisa blanca ya arrugada y acostumbrada a estar tendida sobre el suelo de esta habitación cuando desde hace dos semanas nuestros encuentros son más frecuentes.

Hace un par de muecas y tapa sus ojos cuando salto de la cama y una vez más me demuestra que, por más que esto suceda, un día sí y un día no, aún no está acostumbrada a la desnudez del otro bajo la luz del día.
Freno sus movimientos rogándole un poco más de calma, y la abrazo desde atrás.

– ¿ Y tanta prisa y tan repentina ?

– Miguel...– mi lengua dibujando sobre su cuello le arranca un par de suspiros y se demora en sus palabras – Tengo que llegar a tiempo al centro, y por la tarde me gustaría retomar la facultad.

– Que aplicada estás últimamente – sonrío tras su escalofrío a causa de mis susurros contra la piel desnuda de su cuello– Quédate a desayunar al menos – frunce el ceño –, vale Aitana, ya sé que no quieres pasar tiempo conmigo, no hace falta que hagas nada más.

Deja caer su cabeza sobre mi hombro una vez que sus ojos verdosos están frente a mí y cruza sus brazos alrededor de mi cuello, buscando el equilibrio que sus piernas no le ofrecen.

– Odio que vayas mareándote – aprieta los labios y su mirada se oscurece –, y que desde hace semanas no puedas sostenerte por las mañanas.

– Yo detesto el tabaco en tu boca y cada noche tengo que soportarlo. Migui, quédate donde estás y no te quejes tanto. Desayuno rápido antes de entrar a dar clase, ¿vale?

Sus labios impactando con dureza sobre los míos logran convencerme. No por mucho tiempo, que vuelvo a atacar.

– Lo dices como si mis labios se detuviesen sobre los tuyos por mucho tiempo – rueda los ojos –, me refiero, no por tu boquita de piñón al menos.

Se calza en la entrada y subo la cremallera de su abrigo tras rescatar el tejido de este por un atasco de la susodicha. Una sonrisa conciliadora y un casto beso lo agradecen.

– ¿ Cuándo nos volveremos a ver ?

– Podrías vestirte, ¿sabes? Y no hacerle una exhibición a la señora vecina que tienes enfrente cada mañana cuando sales a despedirme – ruedo los ojos y ella tuerce el gesto al repasar su agenda mentalmente – Te llamo, ¿si?

Busco un pantalón de chándal antes de volver a abrir la puerta esperando que la chica del flequillo regrese a por algo. Para mi sorpresa no es ella la que se encuentra detrás de la madera.

– Lucas Queraltó – mi tono no deja de ser irónico –, te imaginaba estudiando en la biblioteca de la facultad un lunes por la mañana. Ya ni estudias ni trabajas, muchacho sigue así.

Bufa y sin ningún tipo de permiso se adentra en la vivienda.

– Tienes razón, claro que trabajas, para mí en concreto – admito honesto –, si me dejas un par de minutos voy a buscar tu sobre.

ACORDES SOBRE TU PIEL || AITEDAWhere stories live. Discover now