CAPÍTULO 60 - Filia

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Cepeda
La luna ha caducado y mis pies, rozando el crudo y solitario despertar se adormecen en el amanecer de un día que aún no ha acabado. Surge el sol por mis pupilas y se va por la ventana sonriendo, cantando, haciendo brillar el patio con golondrinas, pero no con rayos.

De mis condenadas manos, y en especial de mis dedos, ya resbala el primer cigarro del día. Me socorre de la soledad de las sábanas en las que he despertado y me evade del tormento que se instala en mi cabeza pasada la anterior noche, pues la absenta ha ascendido con su poder hacia lo más alto y ha concentrado toda mi sangre en ella.

Las caladas son inquietas, a momentos en ellas se refleja el desasosiego que se acumula en mis lumbres -metafóricamente-, y en ocasiones no logran traer de vuelta la paz a una mañana descartada de noviembre.

A veces no amanezco triste, sino abstracto.

No tiene un porqué, ni un cómo, ni mucho menos un cuándo. Muchos de mis miedos han volado, la mitad de mis barreras han cedido ante ella y, joder, qué bonita es la orquesta de sus carcajadas y qué triste aquel momento en el que el mundo se detuvo en nosotros con más razones de peso de las que podríamos soportar a nuestras espaldas. La suya siendo cuerda y lienzo en un mismo instante, ese en el que mis dedos se funden simulando ser púa o pincel.

Quizás, sólo quizás, lo raro es lo no habitual. Y, de nuevo, lo abstracto.

Desganado, y apretando los labios, apago el fuego del cigarro que apenas he sostenido segundos en mis labios, pues el movimiento que escucho proviene del interior de la casa y de los muelles que gritaron todo lo que nosotros, acallados por el hombro del contrario, resistimos.

De nuevo su espalda en mi campo de visión libre de cualquier prenda de vestir, algo que me recuerda a su voluntad porque desnudase a el hada verde la anterior madrugada. Sintiéndome héroe frustrado recuerdo tener Madrid a mis brazos, posiblemente fuera Barcelona, Londres o París. Porque ni las grandes avenidas de la capital pueden compararse con sus piernas kilométricas ni las luces navideñas de París con el verde escandaloso de sus ojos, los mismos que anoche derrochaban lujuria y deseo cuando a causa de mis jadeos en su oído lograba entreabrirlos hacia el reencuentro con los míos.

Porque ni Gaudí con el Parque Güell hizo tremenda obra de arte como lo es ella. Toda ella.

Sus puños cerca de sus ojos cerrados con fuerza la animan a desperezarse descubriendo así el humo que aún me rodea. Me observa apoyado en el marco de la puerta del balcón y no se molesta en invitarme con una simple mirada, pero si me anima a proporcionarle la intimidad que temo haber hecho fracasar con mi mera presencia y retirando las cortinas. A modo de disculpa, y de forma escueta, mis brazos rodeándola desde atrás frente al armario en el que hurga buscando un nuevo pijama. La abrazo con fuerza, pero no con demasiada presión.

Se envuelve en ellos, mis brazos, acomodando su nuca en parte de mi hombro y, de forma paciente acompañada por su respiración relajada, toma aire y suspira aparentemente cansada desde los brazos ajenos, los idénticos a los que ella también rodea acariciando así mi vello, erizándome. Logra elevarse unos centímetros más en altura y, unida a mi pecho a través de su espalda, gira hasta que sus labios cantan victoria atrapando parte de mi cuello.

– Qué fresquita estás – un leve beso sobre su hombro y mi nariz enterrada en su cuello propiciándole unas cosquillas de las que huye burlona – He acertado con el nuevo champú, sí.

– Se dice antes buenos días, maleducado.

Desde sus hombros, agarrándolos delicadamente, hago girar sus talones hasta que su pecho desnudo choca con el mío despojado de cualquier prenda de ropa que anoche radicamos entre ambos. Sonríe levemente por la posición aunque tal vez provoquen la curvatura de sus labios unas caricias que deslizo por su espalda y no mi sonrisa en su sien, pues empujo su nuca arriesgándome a recibir un manotazo que no llega a su destino fruto de sus labios atrapando con delicadeza los míos.

ACORDES SOBRE TU PIEL || AITEDAOù les histoires vivent. Découvrez maintenant