CAPÍTULO 56 - Astros alineados

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Cepeda
Todo había acabado.

Observo su reflejo a través del espejo, ella también lo hace sin la necesidad de delatarme y acabar con su examen de inmediato. Yo, sin embargo, después de días sin luz, grises, prefiero observar cómo lo hace. Cómo se observa sin compasión alguna y jurando volver a romper el cristal si ocurriesen miradas así por su parte de nuevo.

Se cuestiona, odia, planea y plantea cómo eliminar el rastro de lo imborrable, cómo deshacer lo andado y quitar las migajas de pan abandonadas en el camino. Ve marcas que no le gustan, frunce los labios y detecta un arañazo en su brazo, el detonante para que aparte la mirada de su silueta y pase a desenredar su pelo con cierta brusquedad, una traducción del humor que alberga estos días.

Se muestra decaída en el espejo, triste. Nota los cambios que ha producido su cuerpo en las últimas horas y se asquea de ellos, algo que la empuja a pellizcar sus mejillas intentando devolverles algo de color.

Pero pese a su palidez no merece sostener una mirada así, no sobre ella y no al cuerpo que formaba vida en una abultada tripa difícil de disimular.

Un nuevo suspiro se escapa de sus labios cuando vuelve a iniciar una guerra con su pantalón y la cremallera de este y su elasticidad. Se ve obligada a utilizar unas tallas menores fruto de un despiste de Marta, y usa una faja de intermediaria en el intento. Perfectamente sobrante en la ecuación.

Bufa.

Bufa y encuentra mis ojos, que coinciden con los suyos mientras que permanecemos a unos metros; ella en el lavabo y yo sobre la cama. Aún así pide ayuda a gritos aunque eso signifique que el silencio reine en la estancia.

Alzo las dejas, posteriormente ella también lo hace. La conocía, me conocía, al menos. Extraños que se reconocen con el tiempo y un simple gesto, también un carraspeo de garganta por mi parte.

Sus pasos, cautelosos y algo inseguros, se dirigen al reencuentro. Acaban a los pies de la cama con ella mirando los suyos propios con una actitud tímida.

Accede a mi ofrecimiento, pero cuando llego hasta ella y trato de envolver el elástico a la altura de su cintura sus manos sobre mis hombros me frenan.

Atrapa su labio inferior nerviosa y suspira pasando ambas manos por su cara. Mis brazos caen abatidos sobre mis piernas, inmóviles.

– No mires – tan sólo se atropella para ascender desde su garganta. Entonces, al notar mi decaimiento, se corrige – No me mires con compasión, sé que es feo, pero no debe darte pena.

Bufo por sus palabras a la espera de las idóneas para una pequeña reprimenda que intente en vano borrar complejos. Pero el elástico se resiste, mi sonrisa nerviosa trata de explicar la inexperiencia y su doctora se introduce en la habitación.

La chica del flequillo, que propina un manotazo en mi antebrazo para que desista en mi empeño, cambia por completo su cara ante la mujer de bata blanca y sonrisa impecable.

La misma que sostiene el alta y se lo muestra a Aitana, que agarra la carpeta entre sus manos y dedica sobre el papel una firma desganada y restando detalles. La que acaba de irrumpir en la estancia vuelve a sonreír.

– Puede irse – turna su mirada entre ambos – Pueden marcharse, a momentos dudaba cuál de los dos era el que verdaderamente tenía que permanecer aquí – trata de bromear. Algo que no convence a la chica que se ha mantenido en silencio hasta el momento – Aitana su útero está limpio, hemos comprobado que todo se encuentre en el exterior. ¿ Nota dolor ?

– Molestias más bien, pero sólo a ratos, y por la noches no encuentro posición para dormir a mis anchas.

La licenciada asiente paciente y corroborando que son ciertas las molestias que siente. Ha estudiado el caso con cautela y confirma que su equipo trató de proceder a la intervención con el máximo cuidado posible.

ACORDES SOBRE TU PIEL || AITEDAWhere stories live. Discover now