CAPÍTULO 37 - La Deuda

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Cepeda
Poro a poro, las yemas de mis dedos se deslizan por el interior de su jersey, el mío, desde hace unos minutos que lo hago.

Su cuerpo comienza a estremecerse y sus labios se fruncen produciendo un gruñido.

Mi pecho trata de acercarse a su espalda a la vez que mi mejilla busca la suya para realizar un movimiento de fricción.

Gime.

– Buenos días, Aiti – mi barba ya roza su cuello a la vez que sus ojos se abren como platos.

– ¿Mmmm?

Rodeo su cuerpo con mi brazo y trata de enredar nuestras piernas bajo el nórdico.

Su piel, incluso más suave que de costumbre, roza la mía con mimo y es cuando se revuelve bajo mi tacto cuando nos incorporo.

– Luisiño – ruedo los ojos y sonrío tímido –, buenos días.

Agarra mi cara entre sus manos y se impulsa con sus rodillas, una a cada lado de mi torso, para besar la comisura de mi boca.

Fugaz.

Su cadera roza la mía de forma persuasiva pese al repentino cambio y mis manos se aferran a su espalda.

Sus labios, que corren desprevenidos por mi cuello, logran erizar mi piel de buena mañana a la vez que sus manos alcanzan mi abdomen.

Gimo.

– Anoche...– abro los ojos hundiéndome en el verde de los suyos – nos dejamos a medias.

– Necesito una ducha – musita apoyando su mentón sobre el dorso de sus manos cruzadas, apoyadas en mi pecho.

Un par de sonrisas pícaras evitando al otro son más que suficientes para alcanzar su mano y, antes de salir de la habitación a grandes zancadas, mirar sin ser visto y admirar el silencio que reina a no más de las ocho de la mañana de un veinticinco de diciembre.

Su risa resuena entre las cuatro paredes del baño cuando nos introduzco en él y alcanzo a atrapar su pierna desde el lateral de su rodilla, elevándola a mi cadera.

Enredamos nuestras manos en el pelo del otro y poco tardo en deshacerme de su moño.

– Tus padres...– susurra jadeante en mi oído.

– Tienen el oído muy fino, sí – ríe contra mi oreja y me despoja de mis pantalones de deporte, yo también sonrío contra su cuello.

La boca del uno para el otro siempre fue una adicción, la adicción. La droga del contrario, el mejor error.

Los dedos de sus pies pisan los míos y gana apenas dos centímetros de altura, los suficientes para alcanzar el lóbulo de mi oreja y recordarme, una vez más, que cuando repita eso en el momento que quiera, podrá hacerme perder la cordura completamente.

Sus besos no desisten, los lametones húmedos sobre mi cuello tampoco y sus manos no se detienen sobre mi piel. No se detienen cuando alcanzan mi ropa interior y de un solo tirón logra que baje hasta mis tobillos.

– Te quiero – sobre su boca.

El primer paso, y el último que necesita para deslizar el jersey por sus brazos y apenas se muestre con un tanga frente a mí. Barrera textil que no logro mantener en mi campo visual más de unos segundos, los necesarios para eliminarlo del terreno de juego y dar por finalizado el tiempo muerto.

La puerta que anteriormente no nos hemos preocupado en empujar, cometiendo el mayor de los errores, la cierra con un movimiento rápido empujándola con sus pies. Son mis dedos los que la sellan con ayuda del pestillo.

ACORDES SOBRE TU PIEL || AITEDAWhere stories live. Discover now