CAPÍTULO 49 - Ratona

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Aitana
Cuando tu cuerpo queda estático, tus dedos helados y el vértice de tu nariz colorado...
Cuando buscando la solución al misterio te sientes error, siempre buscando el mejor. Uno más a la colección.

Cuando los dos metros de cama son demasiado grandes para tu silueta sin importar que tus lágrimas empapen en totalidad sus sábanas.

La agonía termina por eliminar el agua que cae por mis mejillas, evitando que una lágrima más impacte con la almohada.

Mi cuerpo, viéndose incapaz de incorporarse, lo hace para merodear por la aún desconocida estancia.
Camino, camino y lo hago evitando espejos que muestren mi reflejo, pues mi misma imagen a momentos comienza a aterrarme.

Pese a la escasa luz, que se introduce entre las cortinas, puedo observarme. Y, como ha ocurrido días anteriores, vuelvo a romperme. Como si de cristal se tratase y fuese clavándome los pedazos sobre la suela de mi pie.

Esa camiseta que saqué de su armario, sí, el de él. Este moño desecho que recoge mi corta pero difícil melena, y esos labios que no se curvan desde hace mucho. Por supuesto los hoyuelos no aparecen en mí.

Mis manos temblorosas, tras eliminar los últimos rastros de lágrimas situados en mis mejillas, consiguen repetir el mismo gesto que, pese al miedo por encontrar algo nuevo, logran realizar.

La tela verde caqui acumula arrugas en mi pecho cuando son mis ojos los valientes en detenerse a contemplar lo que muchos toman como un nuevo cambio.

Proceso de cambios que a momentos me hace creer que mi cabeza ocasionará una gran explosión o bien curvar mi espalda hasta que el dolor de esta desaparezca.

Y sobre la fina tela de mi ropa interior, aparece. Ocurre sin avisar la medida de las rimas que desordenarán tu vida. Intercambiando los versos, los tuyos, por otros más complejos. Un pequeño bulto que encuentras su lugar en la parte baja de tu abdomen.

Cierro los ojos con fuerza y salgo, salgo dispuesta a descender las tres plantas que me distancian de la sala que ya huele a café y tostadas de tomate triturado y jamón. Recordándome que tendré que buscar miel para incorporarla al pan y no junto con el embutido.

Apenas sonríe ante mi presencia, si lo hace, y avanza hasta la silla que se encuentra en el extremo opuesto para alcanzar su maletín. El que acompaña de su maleta y lleva vestido de traje.

– ¿Te vas ?

– No puedo retrasarlo más, incluso diría que llego tarde a la puerta de embarque – hace un mohín con la boca y acaba por quemar su lengua con el mejunje mañanero que terminará por activarlo – Recuerda que tienes la nevera llena, no hace falta que salgas a por la compra. Marisa se encarga de la limpieza y las cinco comidas, la lavadora sólo la entiende ella, no te acerques mucho.

– ¿ Me das un beso ? – mendigo mimos a primera hora de la mañana, acompañados por un puchero.

– Y recuerda, aunque creo que ya se lo he dicho a ella, el técnico del ascensor viene mañana sobre esta hora, a primera. Aunque eso signifique que lo lleve diciendo semanas y nunca aparezca.

– Podrías darle unos días libres, sé cuidarme sola.

Tuerce el gesto y sonríe irónico. No, claro que para él no sé cuidarme sola.

– Marisa tiene hijos, sabrá cuidar de ti y del nuestro – guiña un ojo, posando una mano sobre mi tripa ya abultada – Sin embargo, tus amigos  no conocen el tema. Temo que hagan algo que pueda perjudicaros.

– Marta y Ana nunca me harían daño.

Revuelve sus rizos negros frente al espejo y contrae sus facciones asegurándose de que sea yo la que comprenda ese gesto.

ACORDES SOBRE TU PIEL || AITEDAWhere stories live. Discover now