CAPÍTULO 39 - Camboya

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Cepeda
Me debato sobre si coger el teléfono o dejar que suene un rato más. Si es lo correcto o pierdo la oportunidad.

Claro que he leído el nombre del contacto; Miguel.

En enero, y en mano,  pagué lo que debía, a finales de abril espera otro sobre y, posiblemente y como otras veces, esta llamada sea para vernos una vez más sobre el campo de golf.

Son esas llamadas, que realiza con su nombre, las que me invitan a apostar durante una tarde.
Son otras, mediante un número oculto, las que me presionan para que ingrese, perdiendo así todo mi equilibrio, el emocional y el económico.

La estabilidad y la conciencia.
La seguridad y la paz.

La paz de verla dormir como lo hago ahora, que he asomado mi cabeza por el marco de la puerta de nuestra habitación, sí nuestra, mientras que mi teléfono sigue vibrando en mi bolsillo.

Cierro los ojos y de un movimiento rápido deslizo el dedo sobre la pantalla y llevo el móvil a mi oreja.
Mal, Luis, mal. Lo primero que mi mente grita al escuchar la respiración del hombre que está al otro lado de la línea.

– ¡ Luis Cepeda ! – saluda eufórico – Amigo no te tenses, que sólo pretendo ayudar.

Su voz logra que un escalofrío recorra mi espalda y que, casi por instinto, vuelva a alzar la vista para comprobar que ella no puede escucharme.

– No tengo mucho tiempo, habla.

Su risa malévola hace que tenga que alejar el teléfono de mi oreja y con un suspiro mío lo animo a contar eso que tiene entre manos. Nada nuevo, nada bueno.

– Miki se subirá al podio en el siguiente partido – mentira, pienso –, y sé que puedes apostar un buen pellizco, Cepeda.

Ruedo los ojos. No sería ni la primera y, espero que sí la última vez, que me miente así.

– Miki no ganará, no lo hizo hace un año y no lo hará ahora. Supuse que tras el último partido había dejado su carrera.

El chico ríe y trata de hacerme entrar en razón.

– ¿ Vas a perder tal oportunidad, como un idiota ? – conozco sus intenciones y tengo que golpear la piedra de la cocina para evitar caer en la tentación – Luis Cepeda nunca haría algo así.

– Luis Cepeda sigue debiendo dinero por el último partido de Miki – pienso y digo en un susurro para mí mismo.

– Cepeda, cabrón. Te espero en dos días en el mismo lugar de siempre, a las seis de la tarde. No me falles, capullo.

La llamada se corta sin él darme la opción de decidir por mí mismo. Sin la opción de negarme porque realmente, joder, Miki es tremendamente bueno. La mayoría de sus derrotas se debían a las altas apuestas de los rivales.

El café mañanero para mí, las tostadas de miel para ella. El zumo contiguo al café y el cacao con leche de ella.

Todo en una bandeja y en dirección a su mesita de noche, donde reposa menos de diez minutos cuando una voz previene de la habitación.

– ¡ Luis Cepeda Fernández, te quiero la vida ! – grita y mi sonrisa no tarda en aparecer por el marco de la puerta.

Medio despeinada, recién levantada y mordiendo ya el pan tostado. Un jersey, el mío, tapa su cuerpo, el cual recordaba desnudo desde el último asalto de la noche.

Su rostro iluminado por la luz de un domingo a las once de la mañana y las perlas de su boca escondiendo su labio inferior todavía levemente hinchado a causa de los besos y los roces de mi barba.

ACORDES SOBRE TU PIEL || AITEDAWhere stories live. Discover now