CAPÍTULO 46 - Regreso

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Cepeda
Mis pasos comienzan a acelerarse, mi ritmo cardiaco también lo hace.
Observo de lejos a un Roi inquieto, posiblemente cansado de esperar y en vísperas de coger el móvil y presionarme para subirme sobre la cinta de maletas y aligerar la salida de estas.

Ana se remueve en el asiento y estira la tela del abrigo de mi amigo, que no ha podido aguardar a mi llegada sentado.

Ambos se sonríen. Porque ellos son un equipo, mejores amigos y, en ocasiones, Roi el niño pequeño de Ana y viceversa.

Mi equipaje queda en un segundo plano y se desliza por el brillante suelo del aeropuerto cuando la canaria y el gallego, unos años menores que yo, se lanzan sobre mí, comprobando todos que ambos siempre tendrán su sitio bajo mi ala.

Cobijo.

– ¡Hermano! – él grita eufórico, Ana nos indica que hay gente mirándonos – Me importa un comino, ¿ tú lo has visto ? – aprieta mis pómulos – Has adelgazado, cabrón – sonrío y asiento –, luego me cuentas la dieta y el ejercicio para esos músculos.

– Siento decirte que tu peor pesadilla ha llegado – ella y su sonrisa infinita – Te quiero mucho, Cep.

Completamente opuestos los tres y perfectamente combinados juntos. En ocasiones mi amiga juega a ser la madura y la responsable del grupo. Refunfuña de fiesta cuando Roi se sube a la barra y bebe gratis de mi copa simulando evitar mi borrachera.

Él en cambio aprendió desde pequeño a crear su burbuja, a amoldar su zona de confort y a reír hasta de lo que no debemos de hacerlo. Y parece fuerte pero no hay que hacer más que acariciar su nuca y comprobar que puede ser la persona más vulnerable que hay sobre la faz de la tierra.

Entre los dos supimos compaginarnos. Él colando su burbuja y yo ensanchando los barrotes de mi jaula para evitar explotarla.

Observo su mano sobre el cambio de marchas del coche y después de sonreír acaricio su dorso.

– Te he echado de menos, Roiciño.

Lo pronuncio porque las manecillas del reloj corren en mi contra y cuando aprieta mis dedos compruebo que el segundo que acaba de pasar no volverá.

Con él es mejor dejar de mirar el reloj y exprimir al máximo el sabor de los segundos acompañados de la textura de la barba que le ha crecido estos meses en mi ausencia.

– Os veo... – suspiro, con el paso del tiempo en ocasiones deseas encerrarte – Distintos.

– No somos los únicos– Ana nunca diría algo así, nunca da puntada sin hilo.

Ambos cambian su cara y él toma con más fuerza el volante, impotente a la vista.

– ¿ Y ella ?

Comienzan con evasivas. Incluso mi amigo bromea asegurando haber contado los minutos que han pasado hasta mi pregunta. La que ha hecho estremecer a Ana y, bajo la furiosa mirada de Roi, comienza a relatar.

– No la reconocemos, Luis – es Ana la que habla – Ha dejado de lado la facultad y estos últimos días a la ONG no ha ido a trabajar. Ha bebido, ha fumado a escondidas y espera a que me vaya a dormir para cenar, si es que lo hace – mi mirada preocupada se dirige hacia el asiento trasero del vehículo – Parece un puto fantasma. Como si no tuviera fuerzas o sus piernas fueran a fallarle. Por no hablar de su espalda, cada día más dolorida por lo que cuenta.

Silencio.

– Marta me ha dicho que esta mañana no ha probado el desayuno – Roi mira por el espejo a nuestra amiga, que niega convencida – Eran tostadas con miel – puntualiza él –, ya ni eso.

ACORDES SOBRE TU PIEL || AITEDAWhere stories live. Discover now