CAPÍTULO 38 - Pasado, presente y futuro

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Aitana
Volví a repetirlo y un par de veces. Nadie parecía escucharme.

– Llevo días intentando...– tartamudeaba – María, ¿ quién es Blanca ?

La expresión fue muy parecida la de su hermano, el que días atrás cogió el papel y lo guardó de nuevo sin ningún tipo de respuesta. El que palideció como ahora mismo lo hace María.

El que lleva días sin encontrarse, sin encontrarnos. No nos ubicamos desde entonces. No después de admitir de forma textual algo así.

Mis gafas de sol tapan gran parte de mi semblante y las suyas lo hacen igualmente en el suyo. Pese a que la comunicación estas últimas horas ha sido rara hemos decidido que era un buen momento para pisar la arena.

Mis dedos ya no agarran su pulgar como de costumbre, ya no hay uno que empuje del otro y juega a ver quien llega antes.

– Estás muy callado – mientras anudo los cordones de mis zapatillas, se limita a encoger sus hombros.

Todavía no ha llegado la hora en la que debamos ir a su casa familiar para celebrar la última, o la primera, según se mire, noche del año. Por lo que me apoyo sobre el cemento del paseo marítimo y observo el paisaje ya que él no está dispuesto a mantener una conversación larga, una de las nuestras, conmigo.

Sus brazos me rodean desde atrás, pasando por mi cintura, y no tardo en acercar mi espalda a su pecho.

– Debería irme, Luis.

Sus dedos se colocan sobre mis brazos y la poca presión que siento sobre ellos es la que él ha hecho para girarme y apoyarme en la barandilla. Me mira expectante.

– Aquí ya no... – freno y miro hacia los lados, ¿ cómo decir que hace unos días descubrí no ser nada ? – Quizás no debí haber venido.

– ¿ Qué estás diciendo ? – su ceño se frunce al igual que sus labios y sus músculos se tensan, puedo notarlo a través de la camiseta.

– Tú vienes aquí con tu familia, a tu casa...– suéltalo Aitana, suéltalo y acláralo – Vuelves a tus recuerdos, Luis.

No podía verle porque volví a contemplar el mar y evitar su mirada inquisitiva, pero noté como al apoyar su cabeza en mi hombro un suspiro salió de sus labios. Cerró los ojos y con una caricia en el brazo me pidió que, si tenía que decir algo, que lo hiciese ya.

– Lo puedo entender, Cepeda – chasqueó la lengua al llamarlo de aquella manera – La quieres y... Comprendo que eso sea así, dime que me vaya, Luis.

– ¿ Tú ? – agarra mis hombros y me gira, sus ojos se han humedecido y los míos se esfuerzan por no hacerlo – No estoy dispuesto a pagar ese precio, a hacer eso.

– La quieres, Luis – con uno y mil nudos en la garganta logré pronunciarlo.

– Yo... – con un hilillo de voz – Blanca...

Sus palabras no logran seguir ascendiendo desde su garganta y me freno a observar a una pareja que está sentada a poco metros de nosotros. Parecen felices.

Nosotros sin embargo estamos inmersos en silencio.

– Lo comprendo.

Comienzo a caminar y mi respiración se calma cuando noto sus pasos tras de mí, rápidos y decididos. No ha dudado en seguirme.

Al llegar a la orilla prefiero no esperar su respuesta. Nunca debí esperar ninguna de nadie, no lo haré ahora. Llego y comienzo a desvestirme, por suerte incluí un bañador en la maleta en la que tanto empeño puse. La sensación de ese día, la inseguridad, vuelve a mí en este momento.

ACORDES SOBRE TU PIEL || AITEDAOnde histórias criam vida. Descubra agora