CAPÍTULO 43 - Por una vez más

8.2K 125 65
                                    

Cepeda
Palpo sobre las sábanas mientras que mis párpados luchan contra su propio peso para poder separarse y encontrar a la dueña de mis noches. Froto mis ojos queriendo que sea real y no una mala jugada fruto de mi imaginación, como ha estado pasando meses atrás.

La musa provoca que mi pecho se agite y, al no encontrarla en la cama, abra los ojos de golpe y, aún descalzo, salga a buscarla.

Porque ha recorrido miles de kilómetros, no tenía alojamiento y mi jornada había terminado hace unas horas.
Porque apenas he podido reaccionar, que sus labios aún no he sido capaz de rozar.
Porque su mirada, que se reencuentra con la mía en cuestión de segundos cuando dejo mi peso caer sobre el marco de la puerta del baño, no ha cambiado con el paso del tiempo. O sí, pero mi visión sobre ella me impide atisbar más allá.

– Espero que no te importe – niego con la cabeza, sacudiéndola, aún sin creerme que compartamos el mismo aire de nuevo –, pero necesitaba una ducha y...

Mis pasos se dirigen hasta el lavabo y logro que preste algo de atención en mí, girándola y acorralándola entre este y mi cuerpo.

Las yemas de mis dedos teniendo la necesidad imperiosa de rozar sus pómulos, de comprobar que es real. Mis ojos fijados principalmente en los suyos y descendiendo hacia su boca.

Boquita de piñón que me trae loco.

Sus labios, escondidos entre los dientes y no al contrario, reclaman mi atención cuando se humedecen, después traga saliva y, finalmente, fija su mirada en los míos. Acercándose a cámara lenta, haciéndonos a ambos esperar más de lo que podríamos soportar.

Y mis labios, queriendo ser conquistados por su lengua, queriendo rozar los ajenos con toda y ninguna delicadeza, se alejan y se dirigen a su frente.
Su flequillo, retirado por la ducha, vuelve a su lugar con la ayuda de mis dedos.

Ella los captura furiosa.

– ¿ Por qué ?– mirada firme y severa.

Deja caer la toalla que hasta ahora rodeaba su cuerpo, como si sus ojos verdosos no fueran el mejor escondite para perderse y trata de acercarse, maldiciendo los milímetros que separan nuestra piel.

Sus manos avanzando por mi pecho y mis pupilas tratando de evitar la dilatación.
Sus dedos en mi mentón.

– ¿ Ni tocarme, Luis, ni eso ? – suspira cansada a la vez que envuelve mi cara entre sus manos – Parece que te duela que lo haga.

Trago saliva y trato de perder mi vista en el vaho de la ducha reciente. Evitando reencontrarme con ella, con sus preguntas.
Porque en las oficinas no he podido resistirme a envolver su cuerpo entre mis brazos, en la cama hemos dormido abrazados y esto sólo puede llegar a saturarnos. Impedirnos exigir la segunda parte de la que hablaba. Porque posiblemente no sea el momento de esta.

Doblo mis rodillas hasta alcanzar la toalla que ha dejado caer y se la tiendo con un roce cariñoso, mostrándome más cercano que segundos antes cuando he evitado que nuestros labios impacten.

– No he puesto la calefacción – hace una mueca –, y no quiero que vuelvas a España con un catarro de mil demonios, Aiti.

Sonríe por el apelativo y la deja fuera de nuestro campo de visión. Su negación por hacerlo, y por más que desafío sus ojos, comienza a hacer crecer mi entrepierna a causa de la escultural mujer que se encuentra delante.

– Aitana...– murmuro cerca de sus labios, frenando que vuelva a intentarlo – No es el momento – tuerce el gesto –, ni el lugar.

(*)

Camillas arriba, camillas a abajo. Una ambulancia cada cuatro horas y madres desesperadas exigiendo estar con sus retoños, esos mismos que ingresaron hace horas o incluso varios días atrás en el hospital de campaña improvisado a las afueras del pueblo.

ACORDES SOBRE TU PIEL || AITEDADonde viven las historias. Descúbrelo ahora