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JUANA

—...así que seguramente me anote en alguna academia, o algo así. ¿Qué te parece? —terminé el relato que le estaba haciendo a Enzo sobre mi idea de dejar la facultad, mientras buscaba el agua para hacer el mate. Fruncí el ceño cuando lo vi con el celular. No me había escuchado—. ¡Te estoy hablando, Enzo! —me quejé.

—¿Qué? —me miró. Vire los ojos y me senté en la silla, poniendo la pava en la mesa y armando el mate—. Perdón, mi amor, es que...

—Ni me cuentes, no me quiero pelear. Dejalo ahí —seguramente era Florencia, quien desde hace días no dejaba de mandarle mensajes, según mi novio, referidos a los chicos. Pero yo, me permitía dudar y la verdad era que esa desconfianza me estaba matando.

—Gorda, no —acercó su silla más a mi y con sus manos me rodeo la cintura, al mismo tiempo que escondía su cabeza en mi cuello y dejaba un beso ahí—. Eran los pibes, nada más. ¿Qué me estabas diciendo?

—Que voy a dejar la carrera —apenas dije eso, cambió de posición para mirarme directo a los ojos—. Y me voy a anotar en una academía de danzas.

—¿Es lo que queres? —asentí—. Me parece perfecto, Juani. Pero, ¿por qué no empezaste antes? Digo, si no te gustaba la carrera desde el principio...

—Quería hacer algo por mi papá. Y aunque el nunca me exigió nada, yo pensé que estudiar esto, lo haría feliz...entonces, lo hice. Pensé que me iba a acostumbrar y me terminaría gustando pero, claramente, no fue así.

—Sos hermosa, Juana —me susurró y me dió un beso en los labios. De esos que me descolocaban y no me dejaban pensar con demasiada claridad.

—Enzo —suspiré, escuchando como su telefono no dejaba de sonar—, atendé.

Este se quejó pero, aún así, se terminó de separar y atendió. Era Florencia. Dios. Viré los ojos, otra vez.

—Hola, ¿qué pasó? —soltó brusco—. ¿Ya? Esta bien, ahora bajo. Si, chau.

—¿Todo bien? —dije cebando un mate.

—Florencia me trajo a los chicos. Bajo, los traigo y vuelvo —avisó. No respondí nada porque decirle algo era para pelear, claramente. Los chicos no me molestaban en lo absoluto, pero que Florencia este siempre metida en el medio para cosas que nada tiene que ver con ellos, si. Y que Enzo no le ponga un freno, me molestaba aún más.

Seguí auto cebandome mates en silencio, pensando en qué hacer. Porque claramente mi relación con el futbolista no venía del todo bien, a pesar de lo mucho que nos esforzabamos, algo no era igual que antes y se notaba muchísimo. Tanto, que empezaba a plantearme a mi misma la idea de enfrentarlo y pedirle, aunque sea, un tiempo, con el fin de aclarar un poco todo.

—¡Juani! —escuché que gritaban y apenas escuché esa vocecita, despejé (o al menos, intenté) todos los malos pensamientos para plantar una sonrisa en mi cara y girarme a verla. Pía, corriendo hacia mi, vino a abrazarme y aprovechó para quedarse en mis piernas. Un poco alejados a ella venían Santi y su papá, quienes apenas cruzaron la puerta me sonrieron.

—¿Cómo están? —pregunté a los chicos, después de recibir un beso de parte de Santi, para después sentarse a mi lado.

—Bien, ¿vos? Hace mucho no te veíamos. Mamá nos dijo que vos y papá terminaron, ¿es verdad?

—¿Mamá te dijo eso, Pía? —preguntó mi novio.

—Si, pá. Yo no le creí igual —se atajó.

—Bueno, ya está, no importa. ¿Quieren que les prepare una chocolatada? —ofrecí—. No saben...hoy a la mañana salí a hacer compras y les compré las galletitas que les gustan.

—¿Puedo hacer la chocolatada con vos? —me preguntó Pía. Obviamente, asentí.

—Santi —llamé la atención del hijo varón de Enzo—, veni a agarrar las galletitas, si queres.

Los tres, mientras el mayor de los Perez tecleaba algo en su celular, muy aislado a lo que nosotros hablabamos, fuimos hasta la cocina.

—Juani, ¿vos venís con nosotros a Brasil? —me preguntó Santi—. Papá dijo que va mamá, también.

—¿Ah, si? —cuestioné sorprendida. De repente, las ganas de llorar eran muchas y el solo pensar que Enzo no me dijo nada de eso y, si no fuera por su hijo, probablemente no lo sabría, me hacia mal—. No, amor. Tu papá no me dijo nada.

—Ah, pero seguro ya te va a decir —asentí, rogando que no hablara más de eso. Obviamente, que no se lo diría en voz alta porque el nada tenía que ver con las cosas entre su papá y yo.

Por accidente | Enzo PerezDonde viven las historias. Descúbrelo ahora