Capítulo 1

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Kyle

Tres semanas antes...

Estrellas.

Pequeños destellos en el cielo nocturno que se van degradando con el tiempo, hasta convertirse solo en polvo.

Las estrellas recolectan cada uno de los recuerdos de las personas que se detienen unos segundos a mirarlas, justo como yo lo hago en estos momentos.

El ruido de los autos sobre la autopista nocturna invade cada rincón del ambiente; sirenas de coches policía, de ambulancias, los cláxones de los autos... Cada una de esas pequeñas cosas que hacen de un lugar único, relajante, y, a su vez, con un pequeño toque de nostalgia.

Inhalo hondo mientras comienzo a caminar de nuevo por la angosta y solitaria calle. La verdad es que no sé qué hago a media noche solo en las calles de la ciudad rumbo a la carretera que da hacia el bosque.

Los ladridos de varios perros resuenan a lo lejos cuando el sonido de unas llantas al rechinar sobre el pavimento da aviso de un accidente de tráfico más.

Qué novedad.

Mi padre siempre dijo que el haber hecho el nuevo puente para mejorar la circulación automovilística resultaría ser un problema.

Así es él.

Me incorporo al bosque nocturno, sin importarme siquiera que me pueda salir algún animal que ande en busca de su cena. Con los años, he aprendido a vivir rodeado de árboles y más árboles. Desde aquí se aprecian más las estrellas.

Cuando llego, después de varios minutos, a mi destino, subo las escaleras del porche y me detengo frente a la puerta de mi casa con la mochila sobre el hombro aún, emitiendo un largo suspiro mientras meto la llave y la abro. La cierro detrás de mí cuando le doy un último vistazo al sendero que conecta mi casa con la carretera W West, asegurándome que estoy solo por completo.

Un pequeño crujido detrás de mí me sobresalta, haciéndome abrir los ojos como platos por el susto.

—Me asustaste —le susurro a mi pequeña hermana Ayla cuando se encoge de hombros haciéndome ver que le da igual.

—¿Por qué llegas tan tarde? —Pregunta con su fina voz de niña chiqueada. Le he dicho miles de veces que no debe de hablar así porque varios niños en su escuela se burlan de ella diciéndole que es la hija de papi.

Resoplo mientras enciendo la luz de la sala de estar.

—Salí a caminar un poco.

Asiente con una lentitud repentina y se gira sobre sus talones, sale corriendo hacia la puerta de su habitación.

—Claro, buenas noches... —digo con sarcasmo mientras apago las luces y camino hacia mi habitación. Abro la puerta.

Ni siquiera me tomo la molestia de encender las luces tenues que utilizo para buscar a tientas en la noche alguna cosa. Solo me limito a cerrar la puerta a mis espaldas, lanzar la mochila al suelo y arrastrar mis pies hacia la ventana al otro lado de mi habitación. Me siento sobre el pequeño sofá que tengo junto a ella y miro el cielo.

Estrellas.

Nunca he sabido con exactitud por qué me gustan tanto las estrellas.

Desde pequeño, o, mejor dicho, desde que tengo memoria, mi padre me ha enseñado en un telescopio algunas de los miles de millones de estrellas que surcan en el cielo al caer el sol.

Mi madre decía que, cada que miras una estrella, puedes profundizar en el alma de las personas que han fallecido.

Es una tontería.

El Corazón Nunca Se EquivocaWaar verhalen tot leven komen. Ontdek het nu