Capítulo 43

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Kyle

—¡Córrele! —Grita mi hermana desde las escaleras y cierro la puerta del armario de un portazo.

Corro hacia la cama y lanzo la ropa encima del colchón, me pongo una camiseta polo blanca que se ajusta a mi cuerpo y unos shorts de mezclilla rasgados con rapidez ya que mi hermana me ha pillado dormido en calzoncillos. Cuando termino de vestirme, corro hacia el espejo que tengo en la puerta del armario que me sorprende que no se haya estrellado tras el portazo que he dado y trato de peinarme lo más natural posible. Parpadeo un par de veces para quitarme lo adormilado y entonces salgo de la habitación y me encuentro a mi hermana dejando a Kael pasar a la casa.

Comienzo a bajar los escalones uno a uno hasta que me detengo frente a él. Una sonrisa enorme aparece en sus labios y noto que lleva el teclado debajo del brazo.

Le sonrío.

—Hola.

—Hola.

Mi hermana cierra la puerta detrás de Kael lo suficientemente fuertes como para hacerlos reaccionar. Se ríe cuando ambos brincamos y se va al sofá a seguir viendo sus programas. Últimamente tomó la costumbre de ver Reality Shows en lugar de las caricaturas animadas que siempre veía. Mi padre ya se lo prohibió, pero cuando no está los pone y a mí ni siquiera me hace caso.

Diviso que se asoma por el respaldo del sofá y sonríe alzando las cejas.

Pongo los ojos en blanco.

—Vamos a mi habitación.

Lo dejo pasar primero hacia las escaleras y miro nuevamente a mí hermana mientras ella, con el dedo índice y el dedo corazón, se señala los ojos y después a mí, indicándome que me estará vigilando.

Sonrío y hago una mueca.

Sonrío y hago una mueca

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—Mira. La escribí anoche.

Kael me tiende una hoja blanca con letras negras en ella. Llevamos alrededor de una hora y media tumbados sobre mi cama mientras leemos cada uno un libro distinto de los de mi estantería. De reojo miro por primera vez desde que llegó cuál libro ha tomado, y caigo en la cuenta de que se trata de nada más y nada menos que Persuasión de Jane Austen. Yo tengo el de Emma de la misma autora el cual me faltan menos de cien páginas para terminar.

Dejamos los libros sobre el colchón de la cama y tomo la hoja blanca que me ha dado mientras él se incorpora sentándose en el borde de la cama, agachándose para tomar su teclado. Ruedo sobre la cama hasta el borde y me pongo de pie, caminando hacia él hasta sentarme a su lado.

Aliso la hoja en mis manos y leo lo que dice.

—¿Y?

—Es increíble.

—Me gusta que te guste.

—No cantaré yo esta vez, ¿verdad?

Niega con la cabeza y suspiro. La verdad es que mi voz no es la mejor de todas, y me sorprende que le guste que cante con él. A comparación con su magnífica voz, la mía se queda demasiado corta.

El Corazón Nunca Se EquivocaWhere stories live. Discover now