Capítulo 23

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Kyle

La sonrisa de mi hermana me deja sin aliento cuando rompe la envoltura del regalo y saca lo que hay en el interior. Me conmueve demasiado el brillo en sus ojos por las lágrimas que acaban de formarse dentro de ellos. Y siento un nudo en la garganta cuando se pone de pie y me lo enseña.

El regalo viene de parte de mi papá. Consta de una fotografía enmarcada en un cuadro de madera de color negro brillante. En ella vienen pintadas unas pequeñísimas estrellas de color plateado que, si enfocas bien tu mirada, se logran ver con más detenimiento. Mi hermana comienza a respirar con más rapidez y le tiembla el labio.

Hoy cumple diez años. Y para mi hermana Ayla los cumpleaños son lo mejor que puede haber en toda la vida. Resulta que mi hermana no se conforma con un solo día de cumpleaños, dice que para qué festejar un día sí se pueden festejar tres. Así que, cuando se aproxima su cumpleaños, mi padre y yo nos ponemos en marcha en busca de un buen regalo que logre complacerla durante los próximos tres días porque si no se la vivirá quejándose por lo malo que fue el obsequio.

Lo peor de todo es que, a pesar de ser una niña, reprocha las cosas directamente en la cara sin importarle que se trate de nuestro padre o de su hermano mayor.

Bueno, volviendo al regalo. Mi papá me había comentado que mi hermana llevaba varios días insistiendo en querer tener una fotografía de mi madre ya que nunca la dejamos ver una sola. De hecho, yo pensaba que mi padre ya había tirado todo aquello que nos la recordara después de diez años de haber fallecido, pero cuando entró en mi habitación esta mañana con un cuadro de madera en las manos me sorprendí al ver el rostro de mi madre en esa fotografía que estaba pegada al pedazo de madera.

Sentí que mi corazón se volvía a desprender, poco a poco, pedazo por pedazo, lastimándome. Mi papá dejó la fotografía sobre el colchón de la cama y me envolvió en sus brazos y no pude evitar no llorar. Me rendí en sus brazos.

Cuando me tranquilicé, me pidió que lo ayudara a pintar la madera que rodeaba la fotografía y acepté al instante. Mientras él estaba trabajando, yo aproveché que mi hermana estaba en sus clases de ballet para pintar el marco de la foto que mi padre me había pedido. No encontré una pintura que fuera perfecta para un regalo de una niña de casi diez años, así que tomé la pintura negra con la que había pintado el manubrio de mi bicicleta hace unos años.

De hecho, el detalle de las estrellitas fue en memoria de mi madre. Porque ella era una estrella más en el firmamento que albergaba todos mis recuerdos cuando la miraba cada noche.

Parpadeo para evitar que mis lágrimas se deslicen por mis mejillas.

—¿Era ella? —Su voz es tan delgada, quebrantable. Parece un susurro ahogado cuando pronuncia esas dos palabras, y siento cómo todo mi cuerpo se viene abajo. Arquea las cejas y se relame los labios dos veces seguidas.

Una pequeña lágrima se desliza por su mejilla.

—Sí —susurra mi padre acercándose a ella a paso lento y sigiloso. Se arrodilla a su lado para estar a la altura perfecta para estar frente a frente con ella. Mi hermana cierra los ojos y comienza a llorar a todo pulmón. Mi papá la envuelve en sus brazos y comienza a tranquilizarla—. ¿Sabes qué es lo mejor?

Mi hermana se despega de él y, con la mano secándose las mejillas, niega con la cabeza. Sorbe por la nariz y se retira el fleco de la frente.

—Eres idéntica a ella.

Y es verdad.

Ayla heredó por completo las facciones de mi madre, a excepción de la forma del pelo. Mi mamá era rubia, de piel blanca y de ojos color azul. Sus mejillas estaban llenas de pequeñas pecas que le daban ese toque de hermosura a sus facciones. Quisiera decir que yo heredé las pecas de mi mamá, pero no es así. Yo tengo manchas en mis mejillas, bueno, no son manchas. Bueno sí. Manchas combinadas con granitos. Pero no tengo pecas.

El Corazón Nunca Se EquivocaМесто, где живут истории. Откройте их для себя