Capítulo 8

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Kael

Las mudanzas siempre me han parecido de lo más tediosas y complicadas. ¿Por qué? Porque sólo díganme, ¿de qué sirve guardar tus pertenencias en una caja de cartón y después vaciarla? Solamente se están desperdiciando.

Yo no tenía ni idea de que mi mamá tenía pensado mudarnos de casa hasta que llegó un día a la casa después de trabajar, enojadísima, y comenzó a guardar en sus maletas su ropa junto con la de mi papá. Mi hermano pequeño Khalan le preguntó qué pasaba, a lo que ella contestó:

—Nos vamos.

Ninguno de los dos comprendió bien sus palabras, pero durante el viaje nos contó que a ella la habían mandado de intercambio en su trabajo hacia West Spokane, en Washington.

El camino de ida hacia West Spokane fue súper cansado, y más cuando tienes que cruzar alrededor de mil cuatrocientas ochenta y dos millas de distancia, lo cual equivale a, más o menos, dos mil trecientos ochenta y cinco kilómetros de distancia desde Kansas hasta West Spokane.

Me resultó cansado el viaje en coche porque fueron más de dieciocho horas. ¡Imagínense más de dieciocho horas sentado en un coche en movimiento durante la mayor parte del día! Me dolía el trasero tanto que, ahora que lo pienso, me duele solo de recordarlo. Sin contar que hay una diferencia de horario en Kansas a la de West Spokane, incluyendo que también nos tuvimos que detener un par de veces porque a mi hermano Khalan le andaba del baño cada hora y media.

He de admitir que no fue más pesado el viaje gracias a los camiones de mudanza que llegaron a nuestra casa en Kansas para tomar todas las cosas que irían en bolsas, cajas o maletas. Salió un día antes que nosotros rumbo a West Spokane.

Cuando llegamos, a las cuatro de la madrugada, nos encontramos el camión afuera de la casa sin descargar aún las cajas. Me puse a ayudarles y fue entonces cuando contacté con una persona de West Spokane por primera vez. Era un chico que estaba escondido entre los enormes árboles y pinos del bosque al otro lado de la carretera.

Se me hizo un poco extraño que estuviese ahí de noche, así que de inmediato corrí detrás de él para alcanzarlo y conocerlo. Me topé con su enorme casa en medio del bosque, y sigo sin poderme creer que me haya trepado por el árbol junto a una ventana para presentarme. Lo estaba observando desde fuera hacia lo que supongo es su habitación.

Lo noté raro.

Sé que esconde algo.

Y lo descubriré.

Pero dejaré de contarles lo de aquella noche para decirles que estoy súper harto de ver tanta caja de color café pegada a las cuatro paredes de mi habitación.

Y volviéndome a retomar la pregunta que he hecho anteriormente: ¿De qué sirve guardar tus pertenencias en una caja de cartón y después vaciarlas? Y eso es exactamente a lo que me estoy enfrentando ahora mismo. Toda mi nueva habitación está hecha un desastre con los montones de cajas de cartón esparcidas por todos lados.

A pesar de llevar tres semanas aquí en mi nueva casa, no he terminado de desempacar del todo mis cosas. Pero tengo varias razones.

Una de ellas es Kyle.

He estado tratando de familiarizarme con la ciudad gracias a él porque me ha estado llevando de un lado a otro, por cada rincón de la ciudad y me ha presentado a algunos de sus amigos de la escuela. Todos me han caído bien, aunque no tan bien como me cayó y me sigue cayendo Kyle.

Inhalo profundo y expulso todo el aire que tengo dentro del cuerpo mientras camino hacia las cajas que hay al fondo de mi habitación.

Me agacho frente a una caja que tiene unas notas musicales dibujadas con color negro sobre ella.

Frunzo el ceño cuando me doy cuenta de que esta caja no estaba aquí cuando llegué. Ni siquiera era mía.

La giro y encuentro más notas musicales pintadas en ella. Tomo la orilla de la cinta adhesiva que la rodea y la arranco con todas mis fuerzas. El sonido que produce es estresante tomando en cuenta que ya van a dar las once de la noche.

Tomo una de las pestañas y la levanto.

Un envoltorio de bolsa de burbujas cubre algo grande y duro.

Retiro la otra pestaña.

Meto las manos por debajo del enorme objeto y lo saco con precaución, imaginándome que puede ser algo que se pueda romper con facilidad.

Retiro el pequeño pedazo de cinta de la orilla de la bolsa de burbujas y comienzo a desenvolverlo.

Mis manos se quedan extendidas sobre el objeto cuando miro con detenimiento de qué se trata.

Un teclado.

Es un teclado.

Recorro con los dedos temblorosos cada una de las teclas de color blanco, sintiendo la suavidad del material con el que están hechas.

Después de varios minutos admirando con detenimiento el instrumento, salgo de la habitación hacia la sala de estar en donde se encuentran mis padres y Khalan. Mi madre es la primera en notar mi presencia porque se asoma por encima del sofá en el que está sentada junto a mi padre cuando apenas bajo de las escaleras. Me sonríe y me hace una seña con la cabeza para que me acerque a ella.

—Hola, hijo, ¿cómo estás? —Pregunta en cuanto me siento junto a mi hermano. Tiene la mirada cansada, está recostada en el hombro de mi padre mientras él tiene su brazo rodeándole los hombros. También me sonríe.

—¿Ustedes me han comprado esto?

Mis padres se miran, cómplices. Se ríen y se dan un pequeño beso en los labios, después mi papá le da un beso en la punta de la nariz y en la frente, y entonces mi madre me vuelve a mirar.

—¿Te gusta? Es tu regalo de cumpleaños debido a que no pudimos darte nada cuando fue tu día. Pensamos que esto podría serte de buena ayuda para que crearas esas canciones tan espectaculares que haces.

Sonrío mientras miro el instrumento encima de mis muslos. Deslizo la yema de mis dedos sobre las teclas y, entonces, se lo doy a mi hermano y me lanzo hacia mis padres, envolviéndolos en un fuerte abrazo.

—Muchas gracias, de verdad —les digo dándoles un beso en la mejilla a cada uno. 

El Corazón Nunca Se EquivocaWhere stories live. Discover now