Capítulo 47

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Kael

No puedo dormir.

El sol del amanecer comienza a iluminar los pasillos del hospital, el cual está vacío. La sala de espera está vacía, a excepción del señor Munro, unos ancianos y de mí.

—Iré a por un café, ¿quieres algo? —Me pregunta el papá de Kyle poniéndose de pie, niego con la cabeza y justo cuando da el primer paso, un doctor aparece del pasillo por donde se han llevado a Kyle la noche anterior.

El señor Munro se detiene en seco y yo me pongo de pie.

—¿Ustedes son los familiares del Kyle Munro?

—Sí —dice el señor—. ¿Cómo está mi hijo?

—Los golpes han sido fuertes. Le han roto una costilla y tiene fracturado el brazo. Pero todo está bien.

—¿Podemos pasar a verlo? —Inquiero interrumpiéndolo.

Me mira por debajo de sus gafas, se las ajusta del puente de la nariz y se rasca el cabello gris con el bolígrafo que lleva en la mano. Suspira y asiente, sonriendo.

—Uno por uno.

Antes de decir algo, se gira sobre sus talones y se acerca al escritorio de la recepción. El señor Munro se gira en mi dirección y me sonríe, abrazándome.

—¿Quieres pasar tu primero mientras yo voy a conseguir algo de desayunar?

—Sí —digo rápido.

Se despega de mí y me sonríe, girándose de nuevo en dirección al pasillo que va hacia la cafetería del hospital.

El silencio en la habitación reina por completo cada rincón

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El silencio en la habitación reina por completo cada rincón. Mis ojos tratan de asimilar la imagen de Kyle tumbado sobre esa cama con una sábana verde encima de sus piernas, cubriéndolo hasta la cintura. Lleva puesta una bata blanca con puntos azul cielo, tiene un yeso alrededor de su brazo izquierdo y los ojos cerrados. Un tubo delgado sale de sus fosas nasales, regalándole oxígeno artificial. Camino con sigilo hacia su cama, deteniéndome a un costado sin dejar de mirarlo de pies a cabeza. Siento cómo mis ojos se comienzan a llenar de lágrimas cuando los recuerdos de su cuerpo tirado en el suelo del patio de la casa de la fiesta me invaden, cada golpe que le daban a él era una puñalada con una navaja a mí. Sorbo por la nariz y me paso una mano por mi manojo descontrolado de chinos rubios. La habitación es más pequeña de lo que imaginaba, lo suficientemente estrecha como para que solamente estén dentro dos enfermeros, un doctor y algún familiar.

Tomo un banco que está junto a la pequeña máquina que controla sus pulsaciones y me siento en él, junto a la cama. Lo analizo nuevamente y caigo en la cuenta en la cantidad de moratones que tiene por todos lados, marcando de por vida ese momento en el que lo golpearon solamente por ser quien es.

La verdad es que no entiendo qué gana la gente con lastimar a los que son diferentes a ellos. Todos somos iguales ante la ley, ante Dios y ante la naturaleza. El querer a alguien de tu mismo sexo no debe ser impedimento para ser feliz. No debe ser motivo de odio ni desprecio por la gente.

Me limpio las lágrimas que se deslizan por mis mejillas. Trago saliva y llevo una mano a su mejilla, acariciándola con el pulgar. Me aclaro la garganta y recuerdo lo que me ha dicho Lorraine la noche anterior cuando estábamos en la sala de espera. Y, tras varios segundos mirando el rosario que me ha envuelto en la mano, me aclaro nuevamente la cabeza y hablo.

—Kyle, la verdad es que no sé ni por dónde empezar —sorbo por la nariz mirando hacia el techo blanco. Inhalo profundo—. Siento que dentro de mí hay un rompecabezas, ¿sabes? —Lo miro sintiendo las lágrimas deslizarse por mis mejillas—. Todo está revuelto, y hay partes que no encuentro —me encojo de hombros y aprieto los labios—. Partes que he logrado armar, y otras que no terminan de encajar. —Parpadeo, trago saliva y siento como si me quemase la garganta—. En este tiempo tú me has conocido mejor que nadie. Hasta mejor que yo mismo —me relamo los labios—. Así que necesito que despiertes —mi voz suena ahogada, sollozando cada palabra que digo—, que estés bien. Que sigamos cantando nuestra canción, que nos sigamos riendo o acompañándonos... Que podamos demostrarle al mundo que todos podemos ser diferentes y felices —trago saliva enjugándome las mejillas—. Pero sobre todo necesito que despiertes para que me ayudes a ser más valiente. Para que me ayudes a completar este rompecabezas que hay en mi interior —sonrío, tomándole los dedos que sobresalen del yeso blanco—. Pero sobre todo para que escuches que... —me quedo callado mirándolo, asimilando las palabras que diré a continuación, asegurándome de que sean las indicadas. Me relamo los labios y respiro profundo, armándome de valor y aceptando cada una de esas palabras—. Que te quiero. Te quiero mucho, Kyle. —Aprieto la mano en sus dedos y trato de tranquilizarme. Trago saliva, parpadeo un par de veces tratando de cesar las lágrimas y me aclaro la garganta—. Kyle, por favor regresa, aquí te estoy esperando.

—¿Cómo está mi hijo?

La voz del papá de Kyle me toma desprevenido, haciéndome pegar un brinco y me caigo hacia atrás del banco en el que estaba sentado. Me pongo de pie rápidamente y camino a con él.

—Señor Munro... —Espero de verdad que no haya escuchado lo que acababa de decir.

—¿Está bien?

—Su hijo lo ama, ¿sabe?

Un quejido resuena cuando ambos nos quedamos callados. Nuestras miradas se dirigen hacia Kyle y vemos cómo va a abriendo poco a poco los ojos, parpadeando y entrecerrándolos por causa de la luz de la habitación. Una enorme sonrisa se dibuja en mis labios y le sonrío al papá de Kyle, quien toma la delantera y corre hacia su hijo. Lo sigo y me detengo en la parte donde estaba hace unos minutos.

—Con calma —le dice su papá—. Tranquilo...

Poso mi mano sobre su hombro y su mirada se desvía de su papá hacia mí, abriendo por completo los ojos. Le sonrío lo más alegre que puedo, sintiendo cómo todo dentro de mí comienza a relajarse. Cada músculo se destensa. Cada marca de los golpes se desvanece.

Le guiño un ojo y parpadea.

—Yo creo que estoy en el cielo —susurra con la voz ronca.

Me río y su papá también.

—Sí, o sea, está bien que parezco un ángel, pero no es para tanto. No es como que el cielo sea un hospital —recorro con la mirada la habitación.

—Ay, cálmate —me dice su papá riéndose.

—Kael... Kael, perdón. Perdón, olvida lo que dije —sus mejillas pálidas comienzan a tornarse de un tono rosa, indicando su nerviosismo—. Perdón, es por la medicina —mira el aparato que tiene a un lado y parpadea.

—Sí, tranquilo. Lo único que importa es que estás bien —le sonrío.

—No sé qué pasó —dice después de unos minutos en silencio, mira a su papá y continúa—: Había muchas piernas rodeándome y golpeándome. Lo último que recuerdo es que tenían a Kael agarrado de los brazos, después ya todo comenzó a tornarse borro y al final oscuro.

La mirada de su papá se centra en mí y yo comienzo a sentir nuevamente el nudo creciendo en mi garganta.

—Fueron Stella, Berenice, Camila y otros chicos que no sé su nombre.

La mirada de Kyle también se centra en mí y no puedo evitar sentirme culpable después de todo lo sucedido. Teniendo en cuenta que me atraía Stella cuando entré al instituto con él, y después por la golpiza que le han dado.

—Hablaré con sus padres. —Sentencia el señor Munro—. Por cierto, Kael, deja de llamarme Señor Munro, me haces sentir más viejo. Dime Evan. O suegro —alza una ceja y comienza a reírse.

Mis mejillas se sienten calientes y Kyle se cubre los ojos con la mano libre.

—Me suena tentador, Evan —le digo riéndometambién. 

El Corazón Nunca Se EquivocaWhere stories live. Discover now