Capítulo 57

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Kyle

Alexander llega primero que yo a la tienda de campaña cuando cae la noche. Espero afuera de la tienda a Mackenzie ya que la hemos dejado atrás después de echarnos una competencia de carreras para ver quién llegaba primero. Escucho ruido detrás de mí y me giro bruscamente, topándome con Alexander.

Lleva un trozo de papel en las manos.

—¿Y eso? —Murmuro, me lo entrega.

—No sé, estaba arriba de tus cosas.

—Gracias —y vuelve a entrar a la tienda.

Desdoblo el trozo de papel cuando diviso a duras penas tinta negra escrita en él. Tomo aire cuando lo extiendo por completo y comienzo a leerlo.

Te espero en la orilla norte del lago, no muy lejos de mi tienda.

Quiero hablar contigo. Te espero aquí a las nueve en punto sin falta.

KAEL.

Frunzo el ceño y alzo la mirada hacia el bosque, la oscuridad lo está consumiendo poco a poco. Mackenzie logra llega a con nosotros y le aviso que llegaré un poco tarde porque tengo cosas que hacer, y sin hacer preguntas asiente.

Cuando cruzo el último árbol, veo su cuerpo parado frente al lago lanzando rocas al lago para hacer patitos. Sonrío cuando noto que no se ha dado cuenta de mi presencia, así que camino lo más cauteloso posible para asustarlo por atrás, pero a pocos metros de él una rama cruje debajo de mi pie y se gira sorprendido.

Me ve y alza una mano para saludarme.

Sus rizos rubios le caen sobre la frente. Bajo la luz de la luna, logro divisar la sudadera que lleva puesta y los vaqueros. Se quita la capucha de la sudadera y camina en mi dirección con una sonrisa en los labios.

Cuando está lo suficientemente cerca de mí, me envuelve en un abrazo fuerte tomándome por sorpresa. Tardo unos breves segundos en reaccionar y después lo envuelvo yo también, con una sonrisa en mis labios.

—¿Y ese abrazo? —Murmuro con la barbilla en su hombro.

—Solo calla —me pide en un susurro apenas audible.

Me aprieta con más fuerza y nuevamente puedo sentir su corazón fusionarse con el mío. Convirtiéndose en uno solo. Tras varios minutos de silencio relajante, se aparta de mí y me quedo insatisfecho por el tiempo del abrazo. Mi cuerpo desea que sea un abrazo eterno, que dure para siempre.

Me mira y el brillo de la Luna ilumina sus ojos.

—¿Recuerdas que un día me preguntaste qué sentía por ti?

Su pregunta me toma por sorpresa, así que me tomo unos leves segundos para digerirla y asiento con la cabeza.

—Ahora mismo yo te hago la misma pregunta, ¿qué sientes por mí?

Alzo las cejas confundido. ¿Qué es esto? Lo tomo de la mano y lo encamino a dos rocas enormes que hay cerca del lago y nos sentamos en ellas. Pienso bien todas las respuestas a esa pregunta para decirlas solamente en una sola. Así que me relajo, tomo aire y suspiro.

—Siempre había creído que las estrellas brillaban con tanta intensidad porque tenían un motivo para hacerlo, pero cuando llegaste a mi vida comprendí que no me equivocaba. Cada estrella que está en el cielo somos cada una de las personas que estamos pisando el planeta tierra, y al igual que la estrellas necesitan a alguien para brillar así de fuerte, tú fuiste el motivo por el que mi brillo se hacía cada vez más, y más fuerte. —A pesar de la oscuridad que nos envolvía, podía ver cómo tragaba saliva y jugaba con sus manos entre sus piernas. Tomo aire y continúo—: El amor fluye dentro de una persona sin darse cuenta siquiera, pero cuando algo de él sale de tu interior, te das cuenta que ha sido demasiado tarde para controlarlo. Cuando te conocí lo único que deseaba a cada instante era tenerte junto a mí, día y noche, las veinticuatro horas del día, los trecientos sesenta y cinco días del año. ¿Por qué? Porque a tu lado yo me sentía infinito. Uno en un millón. Esa extraña conexión de nuestros corazones apenas rozar nuestras manos era extrañamente exquisita. Se antojaba bastante. Éramos un pequeño pedazo de luz blanquecina iluminando el cielo nocturno cada noche, a la vista de todo el mundo. Simplemente juntos somos eternamente fugaces.

Se queda callado y me sorprende su reacción. O quizás a él le sorprenda todo lo que acababa de decirle, pero pues él fue quien pidió una respuesta para esa pregunta y yo simplemente se la di.

Se aclara la garganta.

—Eso... Eso es increíble, ¿no crees?

Frunzo el ceño por su respuesta.

—¿Por qué?

—No lo sé...

Me pongo de pie un poco confundido.

—¿Estás jugando conmigo?

—¡No! —Dice rápidamente poniéndose de pie—. No. Por supuesto que no. Es que... Creo que también siento lo mismo.

Uno de mis cables interiores hace corto circuito tras escuchar esa confesión. Me mira directo a los ojos y puedo ver la sinceridad en ellos. También puedo oír en su tono de voz lo mucho que le está costando decir todo esto. Porque lo conozco y sé que él no es bueno con las palabras. Por eso canta. Porque la música siempre habla con el corazón.

Una media sonrisa se dibuja en sus labios.

—A ver, Kael, tranquilo —susurra para sí mismo—. Tengo algo que decirte y no sé de qué manera vayas a tomarlo.

—A ver, cuenta —le pido, seriamente.

—Me ha costado bastante tiempo darme cuenta de lo que soy, de quien soy, de mi persona. Te me has metido por los ojos y no sé cómo demonios he podido vivir con ello. Meses y meses de confusiones desde el momento en el que tus labios besaron los míos aquella tarde cuando estábamos en el porche de mi casa tocando por primera vez el teclado. El día que despertaste en el hospital después de la golpiza que te han metido, supe que te quería de verdad y fue la primera vez que lo pronuncié a los cuatro vientos. Tú hiciste de mi mundo uno mejor. Y por eso estoy totalmente agradecido contigo. Mi vida antes era de tonos grises, y contigo aprendí que en ocasiones es mejor llenarla de colores.

—¿Qué quieres decir...?

—Que te quiero, Kyle Munro. Me gustas y me tienes loco. 

El Corazón Nunca Se EquivocaWhere stories live. Discover now