Capítulo 59

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Kyle

Tras una semana de dilemas y reflexiones, recibo un mensaje de Kael cuando termino de contestar los últimos ejercicios de la tarea de Matemáticas.

Desbloqueo la pantalla y lo leo.

Kael: Prepárate porque te tengo una sorpresa.

En breve paso a por ti a tu casa.

Es extraño todo lo que ha sucedido últimamente. El chico que alguna vez me rechazó ahora me dice que le gusto. Alexander se ha regresado a su casa en California después de que le contase que Kael me había dicho que le gustaba. Lo tomó bien, pero de inmediato decidió irse. Días después me mandó un mensaje en el que me decía que también uno de sus propósitos cuando ya estaba aquí era hacer poner celoso a Kael para que se diera cuenta de lo que de verdad sentía por mí.

Esos son amigos, ¿no? Los que te ayudan interponiendo sus sentimientos en medio. Esos que prefieren que seas feliz, aunque no sea con él o ella.

Me pongo de pie y camino hacia la ventana (que, por cierto, ya mandé a arreglar) para ver el clima del día de hoy. Diviso un par de nubes grises en el cielo, dando indicios de lluvia, así que tomo una sudadera gris holgada que me queda un poco grande (a la mitad de los muslos) y me pongo unos vaqueros rasgados. Busco mis Converse blancos y salgo de la habitación hacia la sala principal, descendiendo por las escaleras.

Me dirijo hacia la cocina para observar qué hace de cenar mi padre.

Cuando me ve me sonríe.

—¿A dónde vas? —Se lleva un pedazo de pan a la boca.

—A la casa de Kael —digo dándole un vistazo a las cacerolas en la estufa.

—Oye, hijo —dice, limpiándose los dedos en el delantal que lleva puesto. Lo miro y alzo las cejas—. No es por ser indiscreto, ¿verdad? Pero...

—¿Qué?

Por favor que no hable del tema tabú del sexo y la prevención de enfermedades de transmisión sexual, porque si no juro que antes meto la cabeza en la cacerola con mole verde que escucharlo.

—Me he acostumbrado estos cuatro meses a hacerme a la idea de que tú eres así y así eres feliz, pero me ha estado rondando una pregunta en mi mente durante muchos días.

—¿Cuál? —Murmuro con miedo a la respuesta.

—Ese chico...

—¿Kael?

—Sí, ese. Tú y él... ¿son novios?

Siento cómo las mejillas se me comienzan a calentar, tornándose rojas por la vergüenza. Me muerdo el interior de las mejillas y de mis labios emana una pequeña risita. En sus labios hay una sonrisa pícara, divertida.

—Ay, papá, qué cosas dices.

Tomo una manzana del frutero que hay sobre la barra y comienzo a caminar hacia la puerta principal. Me detengo frente a ella y escucho a mi papá llamarme.

—¿Qué? Si sí lo es, quiero conocer a mi yerno.

—¡Papá!

Me río y él también.

—¿Son o no son?

—Adiós —digo abriendo la puerta antes de que pueda seguir la plática.

Cuando voy bajando por los escalones del porche, la puerta principal se abre y Ayla aparece en ella riéndose.

—Dice papá que invites a cenar a tu novio, que porque quiere hablar con él seriamente.

El Corazón Nunca Se EquivocaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora