Capítulo 42

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Kael

Una semana después de un fuerte sufrimiento encerrado en mi casa por culpa de mi hermano Khalan, por fin respiro el aire fresco de entre los árboles del bosque. Resulta que, hace seis días a mi hermano Khalan y a mí nos dejaron solos en la casa mientras mis padres iban a buscar algo de comida rápida para cenar a algún restaurante que estuviese abierto a las nueve de la noche. Ese día mi hermano pequeño y yo nos quedamos mirando una de sus caricaturas animadas preferidas en el televisor, creo que eran los Rugrats. Creo. Todo iba bien hasta que se abalanzó contra mí y comenzó a morderme del brazo, según él jugando. Pero las ganas de hacerme daño se le reflejaban en los ojos, así que lo tomé de los hombros y lo aparté de mí con todas mis fuerzas procurando no lastimarlo.

Pero con el empuje se cayó al suelo y comenzó a llorar desenfrenadamente, estresándome. Lo obligué a ponerse de pie y opté por irme a mi habitación para dejarlo a gusto mirando el televisor, pero cuando me acerqué al mueble donde estaba la televisión para tomar mi teléfono móvil y subirme, agarró un florero de vidrio que acababa de comprar mi madre en Walmart hace menos de dos días y me lo lanzó, fallando. Pero el objeto se estampó contra el televisor, estrellándose, haciéndole una grieta a la pantalla y derramando toda el agua en ella. Del aparato comenzaron a salir chispas al instante en el que me separé de ahí, tomando a mi hermano para alejarlo de ella.

Hasta que se fue la luz y llegaron mis padres.

Khalan comenzó a decir que yo había mojado y roto el televisor, aunque no fue cierto, pero como siempre he defendido a mi hermano y he preferido que me regañasen a mí en lugar de a él, ese día no iba a hacerlo. Intenté contarles toda la verdad a mis padres, pero no me creyeron cuando vieron que parte del agua del florero había salpicado mi ropa. Mientras mis padres me lazaban un sermón interminable a mí, mi hermano miraba desde las escaleras con una sonrisa traviesa en los labios. Me castigaron el teclado y me prohibieron salir a con Kyle durante una semana. Maldije en voz baja y le ayudé a mi madre a limpiar todo el desastre que había ocasionado el demonio de mi hermano, pero no salió libre ese día. Mi madre me creyó cuando le confesé toda la verdad y su castigo fue ayudarla diario a ir por las compras caminando y/o llevárselo al trabajo para mantenernos alejados uno del otro.

Lo agradecí bastante porque necesitaba estar unos días a solas conmigo mismo en una casa solo para mí. Compuse letras sin música durante estos días que estuve aburrido en mi casa. También sirvió para lograr entender todo lo que me había sucedido con Kyle durante los casi cuatro meses que llevábamos juntos. Bueno, no junto en pareja, sino como amigos.

Pero ahora que ya tengo la libertad que me habían arrebatado injustamente, tomo mi teclado con prisa y salgo disparado de la casa con el instrumento colgado del hombro. Corro entre los troncos de los árboles hasta su casa, llamando esta vez al timbre de la puerta principal.

La puerta se abre y su hermana pequeña se asoma por el borde, mirándome con esos ojos tan distintos a los de su hermano Kyle. Una sonrisa se dibuja en sus pequeños labios cuando me distingue y reconoce.

—¡Kal! —Grita abriendo más la puerta. Su tono de voz es un poco agudo y, me atrevo a decir, chiqueado.

Me río un poco.

—Es Kael, no Kal. ¿Está Kyle?

—Deja le hablo.

Pensando que me dejaría entrar, cierra la puerta de golpe y el pedazo de madera queda a unos escasos centímetros de distancia de la punta de mi nariz. Abro los ojos por completo, asustado. Doy un paso hacia atrás y, gracias al silencio que siempre inunda el lugar, escucho los gritos de su hermana dentro de la casa.

Pongo los ojos en blanco y me río.

La puerta vuelve a abrirse y Ayla reaparece detrás de ella.

—Pasa, está en su habitación.

—Gracias —digo con un movimiento de cabeza y paso junto a ella. 

El Corazón Nunca Se EquivocaWhere stories live. Discover now