Capítulo 11

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Kyle

Siento su mirada sobre mi cuando nos sentamos en las escaleras del porche. La madera está húmeda, así que al sentarme siento un poco de frío en el trasero.

—Esta era lo que quería mostrarte.

—¿El teclado? —Inquiero levantando una ceja. Asiente con la cabeza—. ¿Tocas?

Hace una mueca frunciendo el ceño y los labios.

—Algo así. Mira, te enseñaré.

No creo poder describir con exactitud el rostro de Kael cuando presiona la primera tecla blanca del instrumento, porque simplemente es extraordinaria. El brillo en su sonrisa mientras teclea una canción que no logro reconocer me hipnotiza por completo. Por un momento, sólo por un pequeñísimo momento, me doy cuenta de algo. Esa sensación que te invade el cuerpo cuando estás al lado de la persona que tanto quieres, porque de algún modo u otro sientes que son el uno para el otro, como el Sol y la Luna, el cielo y la tierra, el mar y la arena... Es esa sensación en tu interior que te indica que en tu corazón algo está naciendo.

No tienen idea de las ganas que tengo en este preciso instante de capturar su sonrisa eterna con mis labios.

Sólo puedo pensar en besarlo.

Besarlo. Besarlo. Besarlo. Besarlo.

Sin importarme absolutamente nada. Ni el hecho de que mi papá y mi hermana no tienen ni idea de que me gustan los hombres. De que soy un chico lleno de colores. De estrellas. Enamorado de mi nuevo mejor amigo. Del chico cruzando la carretera al borde del bosque. Del chico de los chinos perfectamente alborotados (algunos chinos, otros ondulados). Del chico de la enorme sonrisa. Del chico amante de la música, supongo. Del chico que, si te concentras en mirar cinco segundos sus pupilas azules, puedes encontrar todo un millar de constelaciones.

El chico hecho de polvo de estrellas.

—¿Y?

Se aclara la garganta y me obliga a devolverme a la realidad. No me había dado cuenta de que me quedé mirándole fijamente los labios, los ojos, las mejillas, la nariz enrojecida por causa de la leve decadencia de la temperatura, de cada una de sus facciones, hasta que chasquea los dedos frente a mí y se ríe mientras parpadeo muchas veces seguidas.

《Tus labios se ven tan antojables como la miel. 》

Me aclaro la garganta e inhalo el fresco aire resultado de la lluvia que ha dejado de caer ya. La tierra húmeda, mojada, desprende un olor esquicito para mis pulmones. Me arremango las mangas de la sudadera y me acomodo de lado para estar de frente a él.

—¿Te gustó?

—Me gustó.

Mi respuesta le da ánimos, porque después de sonreírme se dispone a volver a pasar sus dedos sobre las frías teclas blancas del teclado. Las yemas de sus dedos se tornan de color blanco cuando presiona con ellas las notas perfectas para la siguiente canción que está cantando.

Me dejo envolver por su voz mientras me acomodo la capucha de la sudadera.

Sé, que a veces hablo mucho.
Que a veces no te escucho.
Pero te conozco bien...

Sé, que tengo en mi pasado,
secretos que he guardado,
y que algún día te contaré...

Mientras profiere cada una de las palabras sus ojos se encuentran con los míos y siento cómo todo mi cuerpo pierde el control. Si pudiese ver todo el revoloteo descontrolado de las mariposas que ha provocado en mi interior en este instante, me llamaría raro.

El Corazón Nunca Se EquivocaWhere stories live. Discover now