Capítulo 24

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Kael

No lo puedo creer.

De verdad que no.

Estoy que no puedo ni imaginarlo.

Justo cuando había decidido no volver a buscarlo nunca más, él me busca a mí. Por fin, después de tres meses de tantos intentos fallidos por volver a verlo lo haré hoy. Y no estoy listo para esto. Emocionalmente no.

Por fin podré saber qué siente.

Y puede que de pasada yo por fin descubra quién soy.

Así que con una camiseta sin mangas color salmón, unos shorts de mezclilla rasgados y mis Converse blancos, camino en dirección a la casa de Kyle esquivando los gruesos troncos de los árboles del bosque.

Pensé que el verano en West Spokane sería un infierno, pero es soportable.

Por primera vez en mi vida, el color verde de los árboles que me rodean me gusta. Estaba comenzando a fastidiarme de ver tanto árbol a mi alrededor, porque, para serte sincero, no he salido a ningún lado en los últimos tres meses más que para ir al instituto. Así que si me asomaba por la ventana de mi habitación no vería nada más que no fueran árboles y árboles.

Pero no me importa estar rodeado de árboles ni que mis tenis ya se hayan tornado de color verde por el pasto húmedo después de la fuerte llovizna de anoche. Me resulta extremadamente loco cómo el clima pasa de ser húmedo a caluroso.

Maldito calentamiento global.

Mejor dicho, malditos humanos que estamos destrozando el planeta en el que vivimos.

Me detengo en seco cuando diviso la casa de Kyle entre los troncos marrones de los árboles y siento un manojo de nervios en mi interior. Nunca me sucedía esto cuando iba a ver a alguien, pero por alguna extraña razón los siento ahora mismo cuando voy hacia él a paso lento pero decidido.

Tiene la mirada fija en sus Vans negros y, cuando me escucha pisar una rama que cruje bajo mi pie, alza la vista hacia mí. La sonrisa (o intento de sonrisa) que tenía en mis labios se desvanece poco a poco cuando sus ojos se encuentran con los míos. Su mirada está triste, y su expresión lo confirma del todo. Sus ojos no brillan como brillaban hace tres meses. Están apagados y siento cómo el mundo se comienza a venir encima de mí.

Apresuro el paso y no me da ni oportunidad de sentarme cuando se pone de pie de inmediato y me toma desprevenido entre sus brazos, envolviéndome en un fuerte abrazo mientras se desarma con su cara pegada en mi pecho. Parpadeo sin saber qué hacer o decir mientras lo escucho sollozar desenfrenadamente.

Algo le pasa.

Así que, cuando vuelvo a la realidad y esta me azota como si de un látigo se tratase, lo envuelvo con mis brazos, protegiéndolo.

Tras varios minutos envueltos en un manto de abrazos, se despega de mí sollozando.

—¿Qué sucede? —Murmuro tomándole de los hombros.

Mira hacia el cielo, el atardecer tiñe de colores rosa, naranjas y lilas el cielo. Las nubes parecen deshacerse de su tono blanquecino para tornarse del mismo tono que el cielo robándole los últimos rayos al sol.

—Kyle...

—La extraño.

Frunzo el ceño. ¿De qué me habla? Sigo con la mirada la suya hacia el cielo y no puedo evitar conectarme con lo que siente.

—Me hace tanta falta...

—¿Quién?

—Mi madre.

Entonces entiendo a lo que se refiere así que lo primero que hago es tomarle de las mejillas y atraerlo hacia mí, apoyando su frente contra la mía. Con los pulgares retiro las lágrimas que van brotando de sus ojos. Me toma de las muñecas y sorbe por la nariz.

—Kyle, no sé qué decirte más que siempre intenta conservar los mejores momentos que tuvieron juntos. Recuerda los mejores días que pasaron juntos y mantenlos en tu interior, ahí en tus recuerdos felices. Mantenlos ahí donde sigan con vida para que nunca la olvides y continúa con tu vida. Debes ser feliz.

—Ella era como el sol de mi sistema planetario. Ella me mantenía anclado. Era el ancla de mi barco que ahora mismo se está hundiendo con la marea alta.

—Pero aquí me tienes a mí para nunca dejar que la marea te hunda.

Se despega de mí, pero sin soltarme las muñecas.

Envuelvo sus dedos con los míos y le sonrío para tranquilizarlo.

Y así despedimos al atardecer de los primeros días del verano, él sentado a mi lado y yo al suyo, con la mirada fija en el cielo mientras la naturaleza se las ingenia para hacer cambiar los colores cada minuto que pasa.

Kyle se ha tranquilizado ya, así que me siento un poco mejor.

Nunca me había imaginado que su madre hubiera fallecido. Cuando nos sentamos a mirar el cielo me comenzó a contar cómo estuvieron los hechos. Al parecer, fue hace diez años cuando nació su hermana Ayla. Según lo que me contó es que el parto se complicó y los doctores no le dieron otra elección al padre de Kyle más que decidir entre salvar la vida de su hija que estaba a punto de nacer o de salvar la de su querida esposa.

Kyle tenía siete años cuando su mamá falleció.

Toda su pubertad y adolescencia, y una pequeña parte de su infancia la vivió sin el amor de una madre a su lado.

Y, para evitar que se volviera a poner triste, lo obligué a cambiar de tema y terminamos hablando sobre la reencarnación y la vida después de la muerte. Puede que no haya cambiado mucho el tema porque pues al final de cuentas terminamos hablando de la muerte. Tan impredecible.

—Siento que en mi otra vida fui un músico exitoso —le digo y sonríe.

—Y yo un astrónomo.

—Vaya. Te llamaré el chico de las estrellas. O el chico estrella.

—Solo soy Kyle. Kyle Munro.

—Para mí eres una constelación entera.

—Tu una estrella infinita.

—¿Eternamente fugaces? —Inquiero frunciendo el ceño mientras sonrío.

—Podría decirse. —Se encoge de hombros—. Eternamente fugaces.

—Entonces queda en que tú eres el Sol...

—Y tú la Luna.

—Llevaba días sin sonreír. Creo que, así como el Sol necesita a la Luna para sobrevivir, yo necesito a mi Sol para sonreír.

—Estás demente —dice y pone los ojos en blanco.

El Corazón Nunca Se EquivocaWhere stories live. Discover now