|Capítulo 12: Los milagros no mienten|

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—Ellos venían de otro plano,

lo llamaban Tánatos.

La muerte era su moneda

y la vida su consecuencia.

y la vida su consecuencia

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«Necesito que encuentres a los Sin Rostro y que me traigas su corazón.

—¿Solo uno, padre?

Mi niña, esos monstruos se divididen porque su peso en el plano es abrasador, pero los tres representan la misma desgracia. Búscalos y quítales lo más valioso que tienen, así como ellos lo hicieron conmigo.»

Génesis despertó con los nervios crispados por el ruido que venía de la cocina, sus sentidos no le permitían ignorar la presencia del hombre que tarareaba una canción a metros de distancia. Se peinó el cabello enmarañado con los dedos temblorosos, y luego se palpó el rostro para comprobar que se encontraba sin marcas, solo encontró en su lugar el rastro del llanto provocado por el sueño sobre su padre. Utilizó la manga de su sudadera para limpiar las lágrimas como si quisiera arrancarse la piel y se paró junto a la puerta en lo que intentaba tranquilizar el latido de su corazón.

No iba a mostrarle su debilidad a esa escoria humana. Suficiente humillación había pasado al descomponerse en aquella tienda el día anterior. Mikaela tan solo le había contado la historia que todos conocían sobre la hija mortal de Caos, la que murió antes de ella. ¿Por qué le había afectado?

Lo cierto era que los años la obligaron a resentir esa historia, ya sea por su memoria insuficiente, o porque en los recuerdos de su padre nunca lo había escuchado hablar de otra hija a parte de ella, su niña, el milagro del creador.

El milagro, pensó mientras volvía a repetir la acción de tocar su cara insípida, el milagro que terminó con tu salud, padre. Perdóname.

El tarareo incipiente de la cocina se había detenido, y de repente Génesis se encontró de frente con el rostro de Mikaela, se había asomado a su habitación sin siquiera tocar la puerta para advertirle, sus ojos dorados la seguían con burdo interés.

—¿Qué hacés acá parada? —susurró mientras alzaba las cejas, ella no pudo soportar el peso de su mirada, colocó la mano contra su cara y lo empujó lejos.

—¿Quién te dijo que podías espiarme? —gruñó bajo, Génesis esquivó su cuerpo para seguir el olor a café que llenaba la cocina.

El cazador resopló a sus espaldas y alzó la voz, consciente de que no necesitaba hacerlo.

—No te sientas importante, querida. Quería agarrar mis zapatos formales, te recuerdo que dormís en mi armario.

La irritación de ella aumentó al reconocer que no era una mentira, le parecía una completa exageración que Mikaela tuviera tanta ropa y zapatos si estaba muerto. Conservar esa cantidad de bienes materiales después de saber lo efímera que podía ser la vida era un irracional.

Génesis [La voluntad de Caos] [COMPLETA]Where stories live. Discover now