|Capítulo 26: Como un rompecabezas|

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—No pude soportarlas,

mi cuerpo enfermó.

Ellas venían de otro lugar,

les decían la conciencia de la humanidad. 

El agarre de la quimera en su cuello dejó su piel ardiendo por la sensación del tacto ajeno, allí donde supo que más tarde iban a aparecer los moretones

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El agarre de la quimera en su cuello dejó su piel ardiendo por la sensación del tacto ajeno, allí donde supo que más tarde iban a aparecer los moretones. Reina tenía el control de su cuerpo, la otra se había desvanecido de la influencia que ejercía en sus acciones, pero resultaba contraproducente si solo podía pegar la mirada al cadáver frente a ella, los ojos claros de su compañera esbozaban una sarta de realidades dolorosas. Patricia Rodríguez había sido una hermana, una tía, y una hija que se mudó de su ciudad natal para estudiar y trabajar con dignidad, no para que la mataran como un perro por los negocios turbulentos de un monstruo que decía dedicarse a servir a la patria.

No tenían derecho a matarla como un animal, no cuando ellos eran las bestias.

Los gritos de Lucio habían sido acallados más rápido de lo que tardó la quimera en determinar cuánto oxígeno le quedaba a su cuerpo. Observó con los ojos repletos de lágrimas, las luces estallaron en miles de fragmentos punzantes por la falta de aire, y así reconoció la lucha de su compañero. No se había deshecho de todas las armas, intentó sacarla de su funda y dispararle a uno de ellos, pero el pánico, sumado a la presencia multiplicada de tres monstruos no le habían dado todas las de ganar. Los ojos del rubio se habían transformado en dos rendijas amarillas de esclerótica oscura, sus músculos se tensaron bajo la piel estilizada de la bestia que ya había visto antes, y en sus manos relucieron las uñas con las que intentó arrancar los ojos de uno de sus captores.

Aun así la diferencia fue demasiado evidente, al contrario de su hermano las variaciones quiméricas de Lucio no habían sido aceitadas para la lucha, su existencia siempre relegada al rincón indiferente en la oficina de su padre fue la razón que quebrantó su endeble voluntad.

El cabello rubio dorado y la piel uniforme contradecía a las quimeras que habían entrado a su departamento, esas apenas si lograron pasar por la puerta, tuvieron que agachar la cabeza. Sus cuerpos eran una masa amorfa de músculos bajo los trajes a medida. Las rendijas rasgadas que tenían por ojos guardaban unas pupilas del color de la brea, la piel entre azulada y verdosa estaba repleta de cicatrices, tatuajes, y zonas chamuscadas, marcas de la guerra que se libraba en sus cuerpos debido a la falta de pureza de su sangre. Restos de la comida anterior oscurecía sus labios, y la zona de sus comisuras. Esos perros debían ser alimentados antes de llevar a cabo una misión, para no causar ningún desastre.

La diferencia de clase se marcaba en su inexistente humanidad.

El que la había ahorcado no dejaba de repetir la misma frase, parecía no saber hablar y tan solo se presentaba como un disco defectuoso, con la intención de transmitir las palabras de su jefe. Se dio cuenta después de ver en su hocico sobresaliente, los dientes apretados como miles de agujas superpuestas, de que no lo habían hecho para expresarse a través de las palabras.

Génesis [La voluntad de Caos] [COMPLETA]Where stories live. Discover now