|Capítulo 8: El tiempo se acaba|

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—La naturaleza de la oscuridad es la mía,

pero ¿qué hay de ellos?

Sus rostros me observan,

me juzgan como si hubiera algo más.

—No creo que el tratamiento esté funcionando

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—No creo que el tratamiento esté funcionando. —Reina sostuvo el móvil contra su oreja y practicó lo que iba a decirle a su psiquiatra, sin mucho éxito porque fue enviada al buzón de voz casi al instante.

Le marcó otra vez y no esperó para volver a hablar.

—No creo que...

Su voz la interrumpió, tan clara y tranquila que por un momento creyó que alguien se había acercado a susurrarle en la oreja.

«Estás perdiendo el tiempo.»

Reina volteó sobre su hombro y observó las pesadas puertas de entrada a la iglesia en lo que bajaba su celular. Las columnas de mármol le hicieron un asentimiento silencioso y el olor a cera de velas se coló por su nariz cuando llenó sus pulmones de aire. Se empapó del aura santa sobre sus hombros y fingió no notar la mirada curiosa que un sacerdote tenía sobre ella antes de responder.

Habló bajo, pero su pulso tembló al oír su voz demasiado alta en medio de la suntuosa catedral.

—El tiempo no existe, es un valor abstracto que los humanos adoptan para no perder la cabeza.

«Hipócrita. Él no estaría muy de acuerdo con eso.»

Reina ignoró el quejido de sus músculos entumecidos y se arrodilló en el pequeño escalón de madera gruesa, cerró los ojos y colocó sus palmas juntas en la posición típica de oración.

—No me interesan tus adivinanzas de mierda. —Reina no se movió. El sacerdote se había acercado a la tarima de mármol blanco para ojear unas hojas del grueso volumen que había en la mesa, pero ella podía sentir su mirada apenas volvía la vista a sus manos. Exhaló el aire que retenía en sus pulmones.

«Puede que el tiempo no exista para vos, pero para el resto de los vivos sí es importante y lo aprovechan de una mejor manera. Resuelven cosas, no se quedan llorando en una iglesia durante la madrugada.»

—¿Resolver qué cosas? —preguntó irritada, no iba a aceptar que le era mucho más fácil hablar con la otra cuando creían que rezaba para expiación de todos sus pecados, pero no dejaba de hacerlo de todas formas.

«¿Rompecabezas, tal vez? No me cargues con todo, Reina. Mientras no me dejes intervenir, tu vida siempre va a ser igual de mediocre.»

—Al menos es una vida, más de lo que habría tenido si te dejaba hacerlo.

Silencio, un hilo invisible tiró de su cuello. Alzó la cabeza y observó entre sus dedos.

El sacerdote se paraba en el inicio de las hileras de asientos justo frente a ella, le clavaba la mirada oscura como si quisiera arrancarle la tapa del cráneo y ponerse a hurgar en su cerebro. De no ser por las cinco filas de asientos que los separaban Reina habría temido por su vida de una forma irracional y estúpida.

Génesis [La voluntad de Caos] [COMPLETA]Where stories live. Discover now