|Capítulo 7: La paciencia de un hermano mayor|

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—Es cierto que quise destruirlos,

es cierto que yo los salvé en su lugar.

Si por mi fueron capaces de vivir.

¿Qué diferencia había en morir por mi causa?

¿Qué diferencia había en morir por mi causa?

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Harlem se consideraba un hombre paciente.

Si cualquiera lo observaba con atención mientras dormía, podría ver que en realidad sus ojos estaban volteados hacia adentro, y las pupilas plateadas se dedicaban a escrutar el interior de su cuerpo en un bucle invisible de pensamientos que jamás llegaban a concretarse.

Venían a él en forma de sucesos particulares o personajes que guardaban alguna relación con el tiempo en el que se encontraba, pero nada de eso significaba más que una memoria perdida en un cuerpo con demasiadas vidas. Sí, se transformaba en una carga, ya que muchas veces, esas vidas no le pertenecían, y también sí, le era imposible desentenderse como lo hacían sus hermanos.

Su sombra, la figura que igualaba su porte inflexible frente a la luz del sol. Era la viva imagen de un hombre que se negaba a aceptar la lógica de los que ignoran cosas. Aunque ese fuera su ferviente deseo; tener la capacidad de pararse frente a la luz y observar sin más. Danzar entre las imágenes superfluas sin detenerse en ninguna. Sin que la sensación de ligereza se transforme pronto en ideas pesadas como yunques. Él no podría, en realidad jamás lo haría, aunque tuviera la posibilidad.

«Ustedes lo arruinaron en el momento en el que decidieron darme la espalda, por esa simple razón es que no merecen ser llamados por su nombre.»

Harlem se pellizcó el labio inferior con los dientes e intentó ignorar las palabras que Caos le había dedicado hace mucho tiempo, una vez que sintió el sabor de su propia sangre pudo concentrarse en lo que sucedía a su alrededor.

Su hermana, lo había mandado a llamar de nuevo.

Se cruzó de brazos apoyado sobre una de las columnas rojas de la sala, el disgusto se mezclaba en su lengua y se traducía a su expresión de eterno mal humor.

—No es práctico enviar a nuestras niñas a morir, le regalamos el trabajo a ese horrible Recolector —le dijo a Zora, su voz mostraba ese ligero matiz ronco que decía que todavía no se había acostumbrado a hablar.

La mujer parada en la esquina más alejada de la enorme mesa principal resopló impaciente, intentaba descifrar el aparato electrónico entre sus manos, y a juzgar por su ademán molesto, no estaba cerca de hacerlo.

—Ya lo sé.

—Lo más fácil sería quitarlo del medio —anunció él.

Zora torció la cabeza, pero continuó tecleando en su celular, las uñas largas contra la pantalla producían un ruido irritante e iba en aumento a medida que se le terminaba la poca paciencia en su sistema. Parecía que no iba a responder y Harlem chasqueó la lengua. Su voz lo interrumpió a medio camino.

Génesis [La voluntad de Caos] [COMPLETA]Where stories live. Discover now