XXIX. Lo que se aprende jamás se olvida.

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Los recuerdos del arduo entrenamiento con su padre, meramente por puro arte llegaban uno por uno a la mente de Ji Min, intentando prepararse mentalmente para la lucha que sabía que tendría ahora. Observó las calles que recorrían a través de la ventana, se fueron alejando de la ciudad poco a poco, adentrándose a una zona algo rústica y montañosa, donde estaban las tierras del señor Kim. Detuvieron el auto casi frente a la propiedad, Ho Seok suspiró apagándolo al estar seguro de haberlo dejado oculto y volteó a ver a Ji Min.

- ¿estás listo? –dijo Ho Seok.- ya no hay vuelta atrás.

Volteando a verlo igualmente, Ji Min suspiró y asintió con su cabeza, apretó ligeramente el mango de su espada y volvió su mirada hacia la mansión.

- Vamos. –dijo Ji Min.-

Salieron del auto, Ho Seok tomó el bolso con las armas y se escabulleron en el jardín principal de la mansión, cuidándose de que los guardias no los vieran; se recostaron detrás de un pequeño muro no muy alto y desde allí intentaron observar bien sus blancos. Había un par de hombres vestidos con trajes negros en el balcón, vigilando la zona, mientras que había otros dos patrullando el jardín.

- Bien, aquí afuera sólo tendremos que encargarnos de acabar con los dos del balcón primero, luego los otros dos. –dijo Ho Seok.- seguramente vendrán más guardias, así que debemos ser rápidos, adentro habrá muchos más de ellos.

Los nervios se apoderaban de Ji Min, pero no iba a cambiar de elección a estas alturas, así que asintió y junto a Ho Seok apuntó a uno de los guardias del balcón, luego de colocarle un silenciador a sus armas. El disparo del alfa fue certero, atravesó la frente del guardia, dejándolo muerto en el acto; el otro al notar esto alzó su arma y comenzó a buscar con la mirada al responsable, Ji Min disparó, sin embargo no fue un tiro mortal, atravesó el hombro del hombre haciéndolo caer, pero los otros dos se pusieron más alertas, alzaron sus armas y pidieron refuerzos.

- Mierda. –susurró Ho Seok.- bien, que comience la fiesta.

Se asomó para ver a los dos guardas que corrían en busca de ellos y se volvió a esconder, mirando a Ji Min.

- Necesito que me cubras. –dijo el alfa.-

Tragando grueso, Ji Min asintió y suspiró intentando tomar valor, su puntería no era muy buena, pero no dudó ni un segundo más en asomarse junto a Ho Seok y comenzar a disparar; lograron derribar a los dos que venían hacia ellos, pero antes de que pudiesen hacer algo más salieron diez más de dentro de la mansión, recargaron sus armas, después Ji Min volvió su mirada hacia su espada.

- Espero que aún sepas usar esa cosa. –dijo Ho Seok.-

Entonces dejó a un lado las armas de fuego y empuñó la catana, salió intentando esquivar las balas que venían hacia él y corrió hasta los guardias, desatando una danza mortal, sus movimientos eran más que precisos, hermosos, no parecía que estuviese peleando, sino bailando un vals. Había sangre por todas partes, durante un momento Ho Seok se quedó asombrado por la manera en que Ji Min se movía y la habilidad que tenía con la espada, las extremidades de los hombres fueron cortadas, algunos solo agonizaban, otros habían muerto degollados por el filo de su catana, pero ninguna de esas vidas le importaba, solo quería salvar a su amado y a su mejor amigo. 

Decir que Ji Min salió ileso es exagerado; tenía varios rosetones de balas en su cuerpo, los cuales sangraban, pero no eran más que rasguños, la gracia que tenía al pelear no era como lo había dicho, "como un samurái". Cualquiera que hubiese visto sus movimientos habría notado que bailaba y giraba sobre la puntas de sus pies, similar a las bailarinas de ballet, con la diferencia de que en vez de encantar con su danza solo causó muerte, se dejó llevar. Cuando no hubo hombre en pie, Ho Seok tomó el bolso con las armas que quedaban y corrió hacia Ji Min, éste respiraba algo agitado, se notaba por su cansancio que a su cuerpo le faltaba volver a acostumbrarse a los movimientos de su danza mortal; fueron juntos al interior de la casa y se encontraron con más hombres que corrían hacia ellos para atacarlos, algunos, al igual que Ji Min, empuñaban espadas.

Víctima del destinoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora