45- Padre y madre

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Tocar a la puerta del lugar a dónde nunca creyó haber pertenecido era extraño. La casa era tal y como podía recordar.

South le había prohibido ir en todos los sentidos a ese sitio, pero ella estaba aferrada a qué "la familia era la familia" y ahora que estaba por formar la suya, no quería estar peleada con su papá.

Así que muy a pesar del temblor en sus manos, tocó el timbre, sujetando con fuerza el borde de su suéter holgado, rezando por qué al menos quisieran abrirle la puerta.

Unos segundos pasaron apenas cuando su enorme hermanastro se apareció delante de ella, con esa cicatriz sobre la ceja que ella misma se había encargado de curar cuando era niño.
Estaba acostumbrada a los tipos grandes gracias a su primo, por lo que  a pesar de la aterradora apariencia del delincuente estudiantil, no podía ver más allá del pequeño mocoso al que le hacía la tarea en la primaria.
—Como has crecido, Kiyomizu
Dijo a modo de saludo, observando como el adolescente le sonreía y desviaba la mirada directo a su pecho, repasando como un escáner de su cuerpo a su rostro, desfigurandose completamente en una mueca al poder reconocerla.

—¿Terano?
Preguntó con la boca completamente abierta, cuestionandose qué tipo de broma era esa muchacha de buenas tetas tan parecida a su obesa hermanastra.

Ren se sonrojó, subiendo el paquete que cargaba a su pecho para sacarse aquella mirada incomoda.
—¿Papá está en casa?
Preguntó, mostrando la tarta que había comprado en la pastelería de su amiga para intentar ser bien recibida, haciendo una pequeña reverencia y esperando a que su hermano adoptivo la invitara a pasar al menos.

Sin embargo, el chico simplemente le cerró la puerta en la cara, diciéndole que esperara de la forma más grosera posible.
—¡Mamá, la gorda está en la puerta!— Lo escuchó gritar —Pero ya no está gorda...

Se sintió tan pequeña, cargando su postre en la puerta y preguntándose cómo era posible que se le olvidaran todas las formas en las que conseguían humillarla en esa casa.
Pero no quiso irse hasta no haber visto a su padre.

Cuando por fin le abrieron la puerta, la señora Masataka se asomó con ese gesto duro en su cara.
Era mucho más vieja de lo que recordaba, las arrugas surcando sus expresiones seguro se debían al karma de ser una mujer malvada, pero prefirió no pensarlo, porque de alguna forma, todavía conseguía tenerle tanto miedo como cuando le pegaba con la cuchara de madera mientras hacía su tarea; "La lección de matemáticas de la página 12 no va a hacerse sola", le decía refiriéndose a las ecuaciones simples de la tarea de su hijo.
Sabía perfectamente que Kiyomizu era un idiota, pero vivía de la apariencia y quien pagaba los platos rotos era Ren.

—¿Qué haces aquí?
Dijo con sorpresa, sabiendo que aquel tono era todo menos una bienvenida.

—Buen día— Repitió su reverencia con esperanza —¿Está mi papá?

La mujer miró el reloj que seguía en el mismo sitio en la pared, haciéndose a un lado sin mucho ánimo para que la muchacha entrara.

—No debe tardar en llegar y va a hacer un drama si te ve en la calle porque no quisimos recibirte.
Rodó los ojos, cerrando la puerta tras ella, quitándole la tarta de las manos y quejándose mientras iba a dejarla al refrigerador
—Kiyomizu no puede comer estas cosas, está en pleno crecimiento y no quiero que engorde como... — Le dió una mirada despectiva —Como algunas personas en su adolescencia

La muchacha se mordió los labios, sintiendo lágrimas picarle en los ojos ante aquella inseguridad que la muy delgada mujer ponía sobre sus hombros desde que era pequeña.
Tomó aire para reprocharle, ya que su mala alimentación se debía principalmente a la falta de conocimiento de la mujer sobre buenos hábitos, eso lo había descubierto al mudarse, porque sin las enormes cantidades de rebosado y aceite que su cuerpo no podía procesar tan bien como el de South o Kiyomizu, ella había bajado de peso enormemente.

Flor de loto [Wakasa Imaushi] TERMINADAWhere stories live. Discover now