Mujer Prohibida

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 (ADVERTENCIA: LEMON).

Los hechiceros santos eran la cúspide del mundo de la magia, lo mejor de lo mejor.

Había muy pocos, y la mayoría de ellos cuidaba alguna ciudad o pueblo. Los plebeyos del pueblo que cuidaban solían dirigirse a ellos como "sacerdotes", y los ayudaban en sus rituales para fortalecerse rindiendo tributo ya sea al sol o al mar.

Ishigami Senku era un hechicero santo, el sacerdote de un pueblo pequeño y trabajador que cumplía con todas las tareas que les asignaba para avanzar tecnológicamente y protegerlos de ataques de demonios y otras amenazas. Sin embargo, de santo no tenía nada. Muchos en el pueblo lo acusaban de ser explotador y tiránico, sometiéndolos a largos y difíciles trabajos todos los días, con muy pocos días de descanso al mes. Al menos eran libres de irse cuando quisieran, siempre y cuando no tuvieran temor de los demonios que rodeaban toda la zona.

La verdad sea dicha, Senku podría matar a esos demonios fácilmente, pero ¿por qué librarse de algo que mantenía a los plebeyos bajo su control, trabajando en mejorar las defensas del pueblo? Podía sonar despreciable, pero en realidad era por el bien de esa gente ingenua. Ellos no sabían del gran peligro que los acechaba a la vuelta de la esquina, era el deber de Senku fortalecerse para poder protegerlos de mejor forma.

En las noches de luna llena el pueblo siempre se llenaba de demonios, pero las casas estaban protegidas gracias a Senku, cuyos estudios lo hicieron encontrar la forma más eficiente de proteger cada hogar. No obstante, nunca faltaba el idiota que salía de casa en medio de la noche, y era por eso que Senku debía patrullar en esas noches, cumpliendo su papel de buen sacerdote.

Sus noches patrullando incansablemente eran lo único que hacía que el pueblo aún lo quisiera, a pesar de lo mucho que los explotaba trabajando día tras día, pero... desconocido para ellos, Senku tenía un motivo oculto al estar allí.

Ese motivo oculto lo recibió casualmente, esperándolo en la cima de un muro de piedra.

—Kohaku. —Sonrió oscuramente, mirando a la que era su contraparte, una sacerdotisa demoniaca, la más pura de los impuros, una mediadora de la paz que nunca existió.

Los humanos y hechiceros podían adorar al sol y al mar, los demonios y hadas podían adorar a la luna y a la tierra. Los demonios y hadas eran por mucho superiores a los humanos, pero los hechiceros eran más poderosos que todos ellos, y eran los hechiceros santos los que mantenían una especie de paz entre todas las especies humanoides, si por paz te referías a matar a cualquiera que se oponga a los ideales del hechicero santo de turno. Las sacerdotisas demoniacas eran las encargadas de pactar con los hechiceros santos para evitar la destrucción total de su especie en la zona que pertenecía al santo.

Había tres cosas que una sacerdotisa demoniaca podía ofrecer a un hechicero santo: sexo, lo obvio; su sangre, que detenía el envejecimiento por diez años; y un heredero, un hechicero cuya mitad demoniaca lo haría muy poderoso.

Desde que se convirtió en sacerdote de ese pueblo, Senku había pactado con Kohaku para no exterminar a su especie en la zona a cambio de su sangre, por lo que ya tenía más de trescientos años, y la veía cada diez años para renovar el contrato.

Sin embargo, hace mucho que ella no venía solo cada diez años para darle de su sangre.

—Senku. —Saltó a su lado, con sus alas de murciélago aleteando con fuerza para frenar su caída desde tan alto—. Tardaste.

—Unos demonios me dieron problemas a pocas calles del santuario, necesitas controlarlos mejor. —Sonrió despreocupadamente, rascando su oído con el meñique—. Los mandé de regreso al bosque con el culo en llamas.

One-shots SenHakuWhere stories live. Discover now