35.

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Capítulo treinta y cinco.



Ellen




—Lo que acabas de decir fue un insulto directo a todos los que hemos perdidos—Sostengo la mirada de Dante aun cuando verlo me hace querer bajar la mía—. Todos hemos perdido a alguien en esa guerra y tú solo no pareces mostrar un mínimo de respeto a todo eso.



—No fue mi intención—. Murmuró.



—Nada de lo que haces últimamente para ser intencional—No digo nada de su tono burlón—. Y aun así sigues haciéndolo.



—¿Y qué esperas? ¿Qué esperan? —. Me corrijo.



—Que hagas lo correcto.



Respiro hondo queriendo hundirme aún más en la silla, Dante parece calmarse al momento en que poco a poco el brillo dorado de sus ojos lo abandona dejándome volver a corrijo ver aquellos verdosos que se reflejaban en mis hijos.



—¿Qué es lo correcto? ¿Qué es lo que según tú es correcto? —. Preguntó sin ánimos—. Cada paso que doy está mal, cada palabra que digo está mal, cada decisión, cada día, todo—Cierro mis ojos—. Soy una persona coherente, sin embargo, todos parecen pensar lo contrario.



—¿Y qué esperas que pensemos Ellen? —Abro mis ojos encontrándome con su mirada fija en mi—. Lo intentamos todo, te acepté, te aceptamos, volviste a participar de la manada. Cuando quedó más que claro que no había forma de que tuvieras un lugar aquí con nosotros, te hicimos un lugar. Un lugar demasiado claro que no aceptaste. En cambio, te fuiste con él. Estas dividiendo tu lealtad, estás dejando muy en claro cuál es tu posición.




—Mi lealtad es con mis hijos, como madre—Aclaro enderezándome—. Y si el lugar tan claro del que hablas, es ocupar el puesto como tu mujer, creo que ya dejé muy clarito lo que pienso al respecto.



—Demasiado—Bufa—. Y, aun así, todos esperan que lo tomes, es lo que corresponde. Tú obligación. Hoy, está noche, me has humillado más que nunca. Renegaste de las muertes de mi gente. Y les has dicho abiertamente a todos, cuál es tu posición. Aun cuando yo, deje a la mujer que me correspondía por ti, para darte un lugar y una posición en mi manada. La dejé, la saque de aquí y tú solo sigues a Haniel, a su hogar, vienes aquí con su olor, repleta de él. Sin vergüenza.



—No es mi obligación, yo no te pedí que lo hicieras, nunca pedí esto—Repito frustrada—. Si quieres mi agradecimiento, lo tienes. Gracias por buscar la forma en que yo me quedé con mis hijos, hijos de mi sangre y que son mi vida—Suelto las palabras teñidas de hipocresía—. Pero no harás que me una a ti, no harás que me hunda aquí de nuevo, necesito más, necesito poder vivir y para hacerlo, necesito que lo entiendas.

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