CAPÍTULO VEINTE

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Brigitte Stanley.

Flexiono ligeramente las rodillas mientras mantengo mis piernas abiertas y bajo levemente las caderas. Pongo un pie más adelantado que el otro girando mi torso, coloco los brazos cerca de mi rostro protegiéndolo mientras recibo el golpe que toca mi antebrazo llevándome un poco hacia atrás.

Recibo otro golpe pero este si acierta dándome en las costillas dejándome segundos sin aire pero me recompongo dándole un golpe en el abdomen y otra patada en la parte baja de espaldas haciéndolo tambalear.

Para no perder el tiempo lo agarro del pelo inclinando su cabeza para que se tope con mi rodilla asestando un golpe en el mentón mandándolo para atrás haciéndole sentar. Mientras mi contrincante se soba la parte golpeada, yo respiro agitadamente. Al darme la vuelta un momento, me agarra del tobillo haciéndome caer y me maldigo por tener la guardia baja.

Cuando me giro, este se sube encima mío poniendo todo su peso en mi abdomen haciendo que me cueste respirar, coloca las manos en mi cuello y yo inmediatamente me alerto, pongo mis manos en los brazos de mi contrincante intentando quitarlos pero me es imposible.

Alzo la vista para mirarle y veo como este niega con la cabeza y ahí se que el método que empleé está mal por lo que uso mis dedos picándole en los ojos levemente fuerte y me suelta inmediatamente cayendo para atrás. Me levanto rápidamente y le doy un golpe en su pómulo desequilibrandolo por completo, así que me subo encima de él y ahora soy yo la que tiene las manos en su cuello.

– ¡Terminamos!

Me levanto de encima de mi contrincante y este sonríe orgulloso, le doy la mano para que se levante y la acepta rápidamente poniéndose de pie. Resoplo y le doy una sonrisa de suficiencia.

– Te volviste un flojo, papá.- musito llevándome la toalla a la frente para secar la capa de sudor.

Milán se ríe y me pasa un brazo por los hombros, pongo una mueca de asco al notar que él está más sudado que yo.

– O mi hija se está volviendo más fuerte.

– Eres tú que cada vez te pones más viejo.- me burlo alejándome de él rápidamente.

Este me mira mal y me señala con el puño haciéndome reír más.

– No te pases jovencita.- se cruza de brazos.- Apenas tengo cincuenta años.

– Un viejo, lo que decía yo.

Me saca el dedo y yo suelto una risa. Sigo secándome el sudor con la respiración todavía acelerada por toda la hora que estuvimos entrenando.

Y si, mi padre decidió que era hora de aprender defensa personal, desde que aquellos gorilas decidieron atacarnos, mi papá se puso más paranoico de lo normal, por lo que ahora entreno una hora todos los días.

Sobre todo las que más entrenamos somos Génesis y yo, Coral suele entrenar a veces cuando le apetece, Dalila y Eleonor se quedan viendo ya que mi padre dice que no es el momento para que ellas aprendan, primero quiere terminar con nosotras para empezar con las más pequeñas.

Me dirijo hacia Dalila que me mira con una cara imposible de descifrar mientras que está Eleonor que se la suda básicamente, si fuera por ella, no estaría aquí observando como una de sus hermanas pelea con su padre, ella estaría tumbada en la cama con el móvil en la mano.

– ¿Y qué tal?.- pregunto cuando llego a donde están ellas.

Dalila se levanta emocionada y yo sonrío al verla así.

– Has mejorado muchísimo hermana.- exclamó dándome un pequeño abrazo.- Seguro que cuando encuentres a unos gorilas de esos le darás lo suyo.

Hace como si estuviera boxeando y yo suelto una risa mientras repito sus gestos. Por el rabillo del ojo veo como mi padre se acerca en nuestra dirección sonriendo mientras se seca las manos con un trozo de papel.

La Musa de mis CancionesWhere stories live. Discover now