CAPÍTULO TREINTA Y SIETE

3.2K 147 15
                                    




Brigitte Stanley.

Corro por la hierba con una sonrisa en los labios y la respiración agitada, volteo la cabeza soltando una carcajada que brota desde mi garganta al ver que él viene detrás mía. Grito cuando lo veo más cerca, pillo velocidad metiéndome entre los árboles cuando una sombra se posa a mi lado hasta pasarme de largo yendo hacia su compañera.

—¡No me sigas, cabrón! —grito entre risas mientras sigo corriendo escondiéndome entre los árboles.

—¡No me tientes, Brigitte! —escucho su voz cerca por lo que empleo mi carrera.

Me quito el pelo de la cara cuando el calor se apodera de mí por los minutos que llevo corriendo. Tropiezo cuando piso una rama pero no me caigo y eso le da ventaja ya que escucho pasos detrás de mí.

Suelto un chillido cuando unas manos se apoderan de mi cintura alzándome, impidiendo que yo siga corriendo. Escucho su risa que se compenetra con la mía mientras me da vueltas sobre su eje.

Me intento zafar de su agarre pero no tengo fuerza por la risa que no quiere cesar. Nos tira al suelo rodando por la hierba limpia que rodea el campo quedando yo encima de él. Mis ojos se encuentran con los suyos, su pecho sube y baja de manera rápida por su respiración agitada pero yo no me quedo atrás. Una sonrisa surca por sus labios seguida de la mía.

—Eres un idiota.

—¿Me puedes explicar qué fetiche te ha dado con los zapatos? —inquiere y suelto una carcajada.

—No es mi culpa que compréis dos tallas más y se los pueda quitar fácilmente —me burlo poniendo las manos sobre su pecho.

Cameron me observa antes de soltar una risa poniendo sus manos en mi cadera. El pecho vibra haciéndome pegar pequeños saltitos pero eso no me importa en lo absoluto.

—Ahora no sé dónde está mi zapato —se queja llevando sus manos a mis costillas pero como siempre no me retuerzo.

—Yo te lo lance, ¿a dónde?, no tengo ni idea.

—¿Te das cuenta que ahora tengo que ir caminando con un pie descalzo? —volteo cuando levanta el pie con su calcetín blanco ya no tan blanco.

—Descalzo no estás, llevas calcetines —me encojo de hombros.

—Calcetines que en cuanto pueda, los tiraré a la basura.

Frunzo el ceño pero una sonrisa se asoma por mis labios.

—No sé si lo sabes, pero hay algo que se llama lavadora —indico tocándole las costillas.

Se retuerce conmigo encima haciendo que me balancee hacia atrás a punto de caerme. Su risa provoca que la mía salga, todavía con mis manos en sus costillas beso su labio inferior para pasar al superior y cuando quiere morder mi labio me alejo volviendo a hacerle cosquillas.

Un chillido sale de mi garganta cuando no espero el movimiento, de un momento a otro mi espalda toca la hierba y al abrir los ojos, me encuentro a Cameron enfrente mía con mis manos por encima de mi cabeza.

Su sonrisa borra la mía y suelto un resoplido exasperada intentando zafarme de su agarre.

—Eres un tramposo —protesto pero toda molestia se va cuando Cameron posa sus labios en mi ceño fruncido.

—¿Tramposo yo? Estás usando uno de mis puntos débiles a tu favor, ojitos bonitos.

—Y por eso es que se llaman puntos débiles —recalco lo obvio sacando la lengua tal niña pequeña.

Cameron voltea la cabeza hacia atrás y cuando vuelve a verme, una sonrisa maliciosa se asoma por su rostro haciéndome tragar saliva entrecerrando los ojos en su dirección.

La Musa de mis CancionesWhere stories live. Discover now