CAPÍTULO FINAL

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2 años después.

Brigitte Stanley.

Quiero morirme.

Bueno no, no quiero morirme pero quiero desaparecer mi existencia.

Aunque prácticamente es lo mismo.

Demonios estoy a punto de sufrir una taquicardia. Mi corazón está bombeando con demasiada fuerza, tanta que puedo escuchar mis latidos. Mi corazón amenaza con salir de mi pecho y la verdad, esta vez no se lo impediría.

Camino de un lado a otro por mi habitación de la casa de mis padres, que ahora es habitación de Coral pero he decidido robársela por un día. Para mí, sigue siendo mía. Maldigo en voz baja colocando las manos en la cabeza, quiero llorar, quiero hacerme una bolita y meterme debajo de las sábanas.

¿Puedo hacer eso verdad?

Camino hacia mi cama pero paro en seco negando con la cabeza, volviendo a caminar de un lado a otro. No sé que estoy haciendo, solo pierdo el tiempo pensando que esto puede ser una imaginación mía, una falsa alarma pero otra parte mía se está riendo en mi cara.

—Pareces nerviosa.

Amaia, que en todo momento ha estado viendo todos mis movimientos con el ceño fruncido mientras come su plato de crepes hecho por mi madre, se hace presente. Me quedo quieta girando la cabeza para verla, tiene un poco de chocolate en las comisuras de sus labios y un bigote blanco por el batido de fresa que ha tomado hace un momento.

—No parezco, lo estoy —llego hasta ella agarrando un papel que tengo en la mesa y le limpio la boca haciendo que suelte un quejido—. Princesa, déjame limpiarte.

—Yo puedo hacerlo sola —me roba el papel, bajo mi atenta mirada termina de limpiarse la boca para darle otro bocado a su crepe—. ¿Quieres?

Me ofrece el plato, bajo la mirada hacia su plato y siento como algo en mi estómago se revoluciona. Ver ese revoltijo de crepes untado por sirope de chocolate con fresas y nata montada haciendo una mezcla extraña, me provoca nauseas.

Me tapo la boca con la mano cerrando los ojos y me alejo de ella unos centímetros negando con la cabeza.

—No gracias, todo para ti —entrecierra sus ojos verdes en mi dirección, corta un trozo y lo acerca en mi dirección.

—Está muy bueno, deberías probarlo.

Trago saliva negando de nuevo con la cabeza, Amaia eleva las comisuras de sus labios dejando el plato en la mesa y gatea por la cama hasta colocarse enfrente de mi con el tenedor cerca de mi boca.

—Princesa, en serio no quiero —murmuro casi suplicando—. Sácame esa cosa de ahí.

—¿Por qué no quieres?

Cómo le explico que todo lo que hay en el plato es una mezcla asquerosa y que mi estómago no toleraría ni siquiera un trozo.

—No tengo hambre —digo con un hilo de voz sintiendo como un sudor frío recorre mi frente.

—Tienes que comer, Brigitte —musita Amaia acercando el tenedor a mi boca pero hago la cara a un lado alejándome unos centímetros de aquella cosa destructora—. Cam me dijo que tengo que obligarte a que desayunes todos los días.

—Y estoy...estoy desayunando.

—Mentirosa —sus ojos verdes me analizan—. Hoy no has desayunado.

De repente siento el crepe rozar mis labios, abro los ojos horrorizada sintiendo como algo se revoluciona en mi estómago agresivamente por el olor. Tomo una respiración profunda tratando de calmar ese maldito huracán que tengo en el estómago y aparto suavemente la mano de Amaia.

La Musa de mis CancionesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora