CAPÍTULO TREINTA Y DOS.

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Brigitte Stanley.

Entro de golpe a una de las habitaciones de mi casa y encuentro a la persona sentada en la cama con una sonrisa de suficiencia. Aprieto los puños mientras me acerco hasta quedar enfrente de él.

—Sabía yo que tu visita sería tan espectacular como tú.

—Eres un hijo de perra —hablo apretando los dientes.

Se levanta de la cama haciéndome retroceder pero me pilla por la muñeca y me atrae hacia su cuerpo, posa sus labios en mi mejilla y tengo que cerrar los ojos producto del asco que me provoca.

—Primero que nada, feliz año nuevo —musita después de separarse unos pasos de mi.

—Eso fue hace diez días —murmuro alejándome lo suficiente de él

—No tuve la oportunidad de verte, tesorito —se encoge de hombros—. Pero si tanto me echabas de menos, me hubieras llamado y vendría a verte.

—Por mi como si te quedas toda tu jodida vida en Manchester.

Su sonrisa crece mientras se acerca con pasos lentos en mi dirección.

—Es un honor tener aquí, en mi habitación, solos...—murmura mirándome de arriba a abajo—. Pero quiero que vayas al grano.

—Lo sabes perfectamente, no te hagas el idiota —espeto harta.

—Oh claro que lo sé —se remanga las mangas de su camisa—. Pero quiero que me lo digas tú.

Cierro los ojos mientras me clavo las uñas en la palma de mi mano ignorando los temblores.

—¿Por qué mierda hiciste eso?

—¿Qué cosa?

Aprieto la mandíbula con mi paciencia llegando a su límite y le doy una mirada llena de odio, uno de los muchos sentimientos negativos que me provoca.

—¿Por qué le hiciste eso a Amaia? —pregunto con la voz temblorosa—. ¿Por qué carajos te metiste en asuntos sociales como trabajador y entregaste unas jodidas fotos viejas de Cameron?

—Ah, era eso —alza las cejas mientras me mira aburrido— Pensaba que venías aquí a decirme que te querías venir conmigo.

Suelto una risa irónica haciendo que este aprieta la mandíbula.

—Deja de ser tan ridículo ¿quieres? —le doy una sonrisa burlona—. Ya te dije que prefiero morir antes que ser una maldita presa tuya.

—Te lo advertí Brigitte Stanley —me señala con el dedo—. Te dije que te alejaras de él o serás la culpable de todo lo que le pase, a él y todas las personas que le rodean.

Frunzo el ceño sin entender nada, él me mira con una sonrisa hasta que abro los ojos recordando el mensaje que me llegó el día que salí de la casa de Cameron.

—¿Fuiste tú el que me envió el mensaje? —inquiero molesta.

—Me sorprende que no te hubieras dado cuenta.

—Maldito infeliz...

Da unos pasos largos en mi dirección haciendo que retroceda hasta chocar con la pared. Tengo que alzar la cabeza para mirarlo. Observo sus ojos verdes de los que alguna vez envidiaba, ahora solo me producen rechazo.

—Vas a ser la culpable de todas las desgracias de Cameron —habla en voz baja—. El día en el que te des cuenta, él ya estará acabado. Su carrera se irá a la mierda, su querida princesa pasará todos estos años en un orfanato, su amigo... ¿Cómo se llamaba? Ah si, Isaac, quizás puede estar muerto o en la cárcel por un asesinato que no cometió. ¡Oh! Qué tal si le inculpamos del asesinato de su querida novia, tu amiga Génesis.

La Musa de mis CancionesKde žijí příběhy. Začni objevovat