Capítulo 34: Día común

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***Lyra***

Estoy por entrar a casa, pero antes de hacerlo, siento que alguien me observa.

—¡Hola, Lyra! —grita Quinn, corriendo hacia mí.

—¡Hola! Tanto tiempo que no te veo —comento, sonriendo—. Pasa, ¿quieres algo de comer? Estoy por algo hambrienta. Veré qué encuentro.

—Claro, gracias. —Ella entra junto a mí.

Camino hacia la cocina y tomo un tarro de galletas que he comprado el día de ayer. Muerdo una y camino hacia Quinn. Pongo el recipiente en la mesa, y ella toma una también.

—¿Cómo van tus estudios? —pregunto, sirviendo vasos de leche.

—Bien, nada mal... pero hay una tipa que me cae pésimo. Es mayor que yo, y le encanta molestar a la gente. Su nombre es Amalea. Tiene demasiado dinero, y dicen que su padre es narcotraficante o algo por el estilo. —Quinn está enfadada—. He visto cómo trata a la gente, y hay una chica llamada Zorika, quien sospecho que tiene algún tipo de Asperger, a quien molesta de maneras tan desagradables que me da náuseas.

—¿En serio existe gente así? Asqueroso. —Tomo otra mordida de la galleta—. ¿La intentaste acusar o algo?

—Si soy sincera, me da miedo. No he intervenido ni nada porque esa tipa es terrible y no gracias, no necesito ese drama en mi vida en estos momentos. —Ella levanta los hombros—. Puede que, si un día se mete conmigo... le responda.

—Gente así siempre habrá, pero bueno, cada quién sus cosas. Yo con mis cursos de enfermería me siento bien. Creo que después de todo sí voy a querer estudiar esto. —Tomo otra galleta—. ¿Ya sabes qué vas a querer estudiar?

—No, todavía no, pero todavía tengo tiempo para decidir, y un largo camino por delante. ¡Qué pereza decidirlo ahora! —Quinn ríe.

Empieza a sonar mi celular. Es mi novio, Frederick.

—Disculpa —digo, atendiendo la llamada.

—¡Buenas tardes! —saluda alegre.

—¿Cómo estás? —consulto.

—Estoy muy bien. ¿Nos veremos esta noche? —pregunta feliz.

—Claro que sí —contesto—. ¿Voy a tu casa?

—Sí. ¿Quieres ver una película, o algo? —curiosea.

—De hecho... tenía ganas de... —digo, pensando.

—Oh, Lyra... ¿hoy? —pregunta él—. ¿Segura?

—¿Cuándo llegue a tu casa hablamos? —sugiero.

—Bien, nos vemos entonces. —La conversación termina.

—¿Y eso? —pregunta Quinn juguetona—. ¿Ya están bien de nuevo?

—Sí, ya estamos bien de nuevo... —afirmo pensativa, tomando un sorbo de leche.

—Me alegro... yo descargué una aplicación de citas. —Ella sonríe, mostrando su celular.

—¡Quinn, por Dios! Tienes quince años. ¿Qué diablos haces con eso? —Me alarma definitivamente—. Se supone que son para mayores de dieciocho.

—Hay mucha gente menor de edad, es nada más de tener cuidado. De todas formas, no conocería a nadie en persona, es un tanto peligroso, y no tengo mi nombre ni fotos reales. —Ella ríe—. Qué se yo, es para divertirme y ver a quién me voy encontrando por ahí.

—Si eso dices... —Termino de decir, algo impactada.

Tocan a la puerta.

—¡Lyra! —Es la voz de Serina—. ¡Llegué!

—¡Pasa! —grito.

Ella entra y saluda a Quinn. Tiene una actitud muy cálida, como siempre. Nos da un abrazo a cada una.

—¿Qué andan haciendo? —pregunta, tomando una galleta y sentándose.

—Hablando de novios, y eso —comento con una risa.

—Oh, bueno. No tengo mucho qué decir sobre Sonnet, ya lo conoces —dice—. ¿Quinn ya lo conoce?

—¿Sonnet es el chico que viene a tu casa a veces? —pregunta Quinn, revisando su celular.

—Sí, bueno... no. Depende, el que no es Frederick —elaboro.

—¡Ah! Ya veo. Se me confunden a veces. —Quinn se levanta—. Pero bueno, me voy, que tengo tarea.

—Nos vemos, espero verte más seguido. —Ella se despide de ambas con un abrazo.

Ella sale de mi casa y Serina se sienta frente a mí.

—¿Lista para ir de compras? —pregunta emocionada, se levanta y toma su bolso.

—¡Sí! El otro día vi una blusa que quiero comprar. —Me levanto junto a ella y vamos al centro comercial.

Estando en el lugar vamos a la tienda de ropa. Ambas nos empezamos a medir prendas que sabemos que no compraremos, pero siempre hacemos esa actividad por diversión. A pesar de que Serina esté un tanto alegre, a veces tiene ciertos bajones...

•—Empezar Música—•

—¿Estás bien? —consulto, veo que está callada, frente a un espejo del vestidor.

—Algunas veces me siento un tanto atrapada. —Ella dice, bajando la voz—. Con desánimo, no sé... no es un buen sentimiento.

—¿Qué dices? —cuestiono sentándome, observándola.

—Y no sé, quisiera escapar de todo esto de vez en cuando. De las presiones diarias, de sentirme juzgada, y no sé si sea paranoico, pero siento las miradas en la calle, y no me gustan para nada. —Ella está triste, es evidente... y no sé cómo manejar estas emociones. No es algo que me agrade, y no me siento muy cómoda.

—Tranquila, no estás atrapada, y no tienes por qué sentirte mal. —Le doy nueva ropa—. Estamos aquí disfrutando. No pienses en eso. ¿Está bien?

—Tú también te sientes a veces atrapada. ¿Cierto? —Ella me ve a los ojos—. Cada quién tiene luchas internas, que no podemos controlar... ¿Hay algo que te aflige, amiga? Te he notado la mirada un poco apagada, últimamente.

—¿Yo? No. —Quiero cambiar el tema... aunque quiera mucho a Serina, los sentimientos, y el abrirse nunca han sido algo que me atraiga mucho que digamos. No creo necesario tener que contarle mis problemas a los demás...

—Entiendo. —Ella levanta la mirada, ha notado mi incomodidad—. Está bien. ¿Quieres ir por un helado, mejor?

—Sí, vamos entonces. —Salimos del vestidor con la blusa que quiero comprar, y Serina lleva algo que le gustó también. Vamos a pagar, y doy mi tarjeta a quien atiende.

—Está denegada —dice levantando las cejas.

—¿Puede pasarla de nuevo? —pido intrigada.

—No funciona, señorita. Lo siento. —Me la regresa.

—No importa. Yo pagaré y luego me das el dinero, tranquila. —Serina da su ropa y su tarjeta.

—Gracias... —digo, algo intrigada.

De inmediato entra una llamada de mi madre.

—Hola. ¿Sabes por qué no me funciona la tarjeta? —cuestiono confundida.

—Lyra, necesitamos hablar. Tu padre está teniendo problemas económicos muy fuertes, y las deudas están incrementando. Él me lo ha estado ocultando, y lo acabo de descubrir. —Ella habla seria.

Hago silencio unos segundos. Una presión se hace presente en mi pecho... y tengo miedo. ¿Qué tan grandes eran aquellas deudas?

—Hablaremos cuando regreses a casa. Él ya vino. —Mi madre termina la llamada.

Un secreto, por más pequeño, o hiriente, no debía de ser guardado de tus seres queridos... aunque, ¿cuántos de nosotros manteníamos secretos tan profundos?

El Desfile Macabro (#1 ¡EN FÍSICO YA!)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora