Capítulo 68: Diente por diente

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Tomé el batido lo más rápido que pude, dejando la sangre pasar por mi garganta sin saborearla. Al terminar quedó un sabor característico, pero no fue tan desagradable. Tomé un vaso de agua después del primero.

—Veo que estás más emocionado ahora. —Tricia limpió los utensilios—. Tenemos que seguir planeando tu transformación.

—¿Qué más se necesita? —consulté directo y apurado—. Dime.

—Dientes —aclaró ella—. Tenemos que quitarte los colmillos y poner unos nuevos, más grandes.

—Está bien. —Estaba tragándome los pensamientos junto a mi objeción.

—Claro que no lo haremos nosotros. Ninguno es experto en ortodoncia. Tendremos que secuestrar a un dentista profesional —aclaró Tricia. Jael ya se había retirado a la habitación negra.

—Vamos, entonces. —Tenía un nudo en la garganta. Uno que no se iría a calmar... no lo calmó la sangre, y no se calmaría con nada que me empezara a dar paz.

—Iremos solos. Tú y yo. —Tricia habló.

—Una vez que el dentista nos ayude será libre —comandé—. Nada de asesinarlo o torturarlo.

—Me parece un trato justo —concluyó ella—. Vamos.

Salimos de la mansión. Cerré el portón detrás de nosotros y caminamos por la calle, hacia la camioneta.

—¿En dónde se encuentra el dentista? —cuestioné subiéndome al auto.

—Cinco minutos, en un centro comercial —respondió.

—¿Cómo le convenceremos? —pregunté intrigado.

—Hará lo que le pidamos. Él es mi dentista personal. Tengo una cita pronto, a la cual me acompañarás —explicó Tricia manejando.

En cierto modo era libre, pero estaba atrapado. No por Tricia, ni por el desfile. Estaba atrapado en mis interiores, en una cárcel de constante inseguridad, de miedo, de odio.

Seguimos recorriendo las calles hasta llegar al centro comercial. Ya era media mañana. Estaba cansado, no había logrado dormir nada. Caminábamos lentamente. La gente ni siquiera nos veía, éramos personas normales... y nada fuera de lo común estaba sucediendo, según ellos.

Llegamos a la sala del dentista. Él saludó a Tricia.

—¡Buenos días! Llegas justo a tiempo. —Caminó hacia nosotros. Abrió la puerta, la cual estaba cerrada con llave.

—¿Desde cuándo con llave? —consultó Tricia riéndose.

—Desde que... el desgraciado de Duke Cornet, el secuestrador de las noticias, me robó —reveló. Nuestras caras de sorpresa no pudieron ser disimuladas—. Fue una experiencia horrenda.

—¿Qué te robó? —Me metí a la conversación.

—Anestesia. Quién sabe qué tanto estará sufriendo esa pobre chica... —dijo decepcionado.

—Carajo —reaccionó Tricia—. Duke es un serio peligro para todos.

—En fin... pasen. —Él nos invitó a la sala de trabajo.

Entramos a un lugar no tan grande. Había un escritorio, una silla para el paciente y dos otras sillas.

—Puedes sentarte ya, Tricia. Tu amigo podrá sentarse acá, a esperar, si quiere —sugirió él.

—La verdad, hemos venido a algo más —explicó ella—. Necesitamos ayuda con algo.

—¿En qué les puedo ayudar? —preguntó él, un poco más serio.

—Necesito que le pongas a mi amigo colmillos nuevos. —Sacó una bolsa con los enormes objetos—. Estos, para ser específicos.

Él se quedó quieto, callado. Arrugó la cara.

—¿Por qué quieren unos colmillos tan grandes? No estoy seguro de que pueda hacerlo. —Empezó a cerrarse.

—Son los que le gustan a él. ¿Podría ayudarnos con esto? Le pagaremos el triple —insistió Tricia.

—No tengo autorizado hacer este tipo de cirugías. Aunque quisiera, tendría una alta probabilidad de fallar. Eso se necesita hacer con tiempo, incluso meses de preparación —aclaró el dentista.

Tricia sacó su pistola sin dudarlo. Le apuntó directo.

—Necesito que nos ayudes, ahora. Pon tu celular en la mesa y empecemos el trabajo —comandó seca.

Él estaba sudando, quieto, sorprendido, incómodo.

—¿Por qué hacen esto? ¿Por qué tú, Tricia? Te he ayudado incontables veces... desde que eras una joven de la calle... —habló con mucho dolor.

—Silencio. —Ella le apuntó a la cara—. Por favor, necesitamos esta última ayuda. No volverás a saber de mí luego de esto, lo prometo. No hay necesidad de violencia. Planeábamos secuestrarte, pero puedes hacer todo aquí, aquí tienes los instrumentos.

Caminé y puse el letrero de "cerrado" en la puerta. Apagué la luz de la entrada.

—Tricia... jamás pensé que fueras este tipo de persona —concluyó.

—Nadie sabe de lo que es capaz de hacer otra persona... hasta que tiene la oportunidad de ver s verdadera naturaleza. En mi caso, no la he mostrado... ni creo que lo haga. —Tricia estaba seria, apuntando al dentista todavía.

Él puso el celular en la mesa.

—Estoy listo —avisé, sin importar que el dentista siguiera en estado de shock.

—Siéntate en la silla de pacientes, Sonnet —pidió Tricia—. Doctor, vamos a trabajar ahora. ¿Sí?

Él se levantó del escritorio. Tricia se sentó en una de las sillas, sin dejar de apuntar al dentista.

—Si le haces algo, no dudaré en disparar —sentenció ella. Revisó su celular.

—Bien —asintió el doctor, poniéndose los guantes azules lentamente, junto con la mascarilla en su cara.

Me recosté en la camilla, la cual se empezó a mover lentamente hacia atrás. Él movió una lámpara tecnológica hasta estar frente a mi cabeza. La encendió y me encandilé por unos segundos. Tricia caminó hacia el doctor. De su bolso sacó nuevos pañuelos negros.

Ató mis brazos a la camilla. No le di importancia. Ella estaba serie y sabía lo que hacía, como siempre.

—Intenta soltarte —comandó. Me moví y se rio un poco—. No. En serio, como si quisieras escapar.

Me moví lo más agresivo que pude, pero no me logré soltar de las ataduras. Sentí una chispa de miedo que fue apagada prontamente por mi indiferencia. De cierta manera estaba cómodo... aunque quisiera cambiar la situación, no podría hacerlo, estaba todo bajo el control de Tricia.

—Abre la boca —pidió el dentista.

Era cierto. La oscuridad era muchas veces tu aliada... pero, ¿hasta qué punto era saludable? ¿Hasta qué punto era bondadosa? ¿Alguna vez fue de beneficio?

El Desfile Macabro (#1 ¡EN FÍSICO YA!)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora