Prólogo

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Miró con una ceja enarcada al hombre delante de él, sintiéndose victorioso, con éxito

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Miró con una ceja enarcada al hombre delante de él, sintiéndose victorioso, con éxito. Frustrado su retador le echó una rápida miradita, antes de negar, arrojando su jugada a la mesa. Sonrió de oreja a oreja, marcando los hoyuelos de sus mejillas y achinando de esa manera coqueta que a tantas le gustaba los ojos.

—Flor imperial, mi amigo —presumió, bajando la jugada completa. Su contrincante suspiró frustrado, sin entender cómo era posible que su sobrino fuese capaz de ganar una ronda de póker por siete ocasiones seguidas —. Acéptalo, tío; haz perdido ese toque que te precede —burló, tomando el dinero apostado.

—si tu padre te viera, hijo, te diría que lo has hecho está...

—Mal, realmente mal —la voz del rey interrumpió, con su imponente anatomía erguida desde el marco de la puerta.

William alzó las manos en señal de rendimiento, con una burlona sonrisa entre los labios que hizo suspirar con pesadez a su padre.

—es mejor que los deje solos —masculló Richard, que pronto sintió la tensión en el ambiente, aquella que no se había desvanecido desde que el joven Will supo la desgracia en la que recaería necesariamente para tomar el trono.

Al cerrarse la puerta, Will dejó que su espalda cayera contra el respaldar de su asiento de cuero, sintiéndose derrotado, pesado y con deseos profundos de tomar algo, quizá un buen trago de coñac o wiski.

— ¿ya has pensando en que harás? —Cuestionó su padre, tomando asiento frente a él. Ambos sabían que la respuesta era negativa y que tendrían serios problemas si no lo solucionaban pronto. Requerían de una afirmación en cuestión de poco tiempo, antes de que Richard fuese propuesto a tomar el trono.

— ¿desde hace cuánto llevamos hablando de esto? —Curioseó, sosteniendo el mazo de cartas para reordenarlo y repartir entre ellos. El rey sonrió ladinamente, calculando, sin obtener algo en concreto.

—Sabías que este día llegaría, Will —murmuró, con un tono que hizo resoplar a su hijo y futuro gobernante de Reino Unido. Sí, era un martirio tener que hablarlo, más cuando a ambos les sacaba de quicio no poder solo hacer las cosas más sencillas, más rápidas.

El pueblo no quería a una de las princesas que ahora divagaban por el mundo. Ellas se había desperdiciado y la gran mayoría no hacía más que salir de fiesta y dar una mala reputación a sus reinos. Todas aquellas que tenían sangre noble se habían vuelto una real molestia.

Así que el pueblo, había elaborado cientos de protestas los últimos años para evitarse aquello, pidiendo que la siguiente sucesora, la siguiente reina no fuese una primorosa princesa, sino una plebeya, una de ellos.

El problema era que William no tenía tiempo ni siquiera para sí mismo. Con las constantes juntas con el Parlamento, las campañas filantrópicas, las fiestas embajadoras, participaciones extra en otros gobiernos y su servicio como piloto le daban poco espacio en su estrecha agenda. No podía hacer un espacio para ir a conocer chicas.

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