Capítulo 32

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Aquella noche apenas y pudo cerrar los ojos

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Aquella noche apenas y pudo cerrar los ojos. Deambuló por las sábanas, que olían a ella y como siempre se aferró a su almohada, imaginando que se trataba de su persona. Esa fragancia a frambuesa y vainilla, que bañaba toda su cama con esplendor.

Incluso más de una vez se había colocado el perfume de la chica en las muñecas, solo para no perder el recuerdo e incluso había llorado como un niño aferrándose a sus vestidos y había pasado horas en la tina, hasta que la piel no podía más, solo por ver el cepillo dental junto al suyo en el vasito.

Cada vez le costaba más poder llevar a cabo sus días y ella no aparecía. No había ningún rastro suyo. La había buscado por todo el mundo, imaginando los países a los que ella podría ir, sin embargo, ella nunca aparecía. Era como si se la hubiese tragado la tierra o peor aún, como si nunca hubiera existido.

— ¿Dónde estás? —Preguntó a la nada, con la garganta seca, mirando su reflejo en el espejo. Esperaba verla allí, ver su reflejo paralelo al de él, sin conseguir detallar nada; ella no estaba y temía que nunca lo estuviese.

Se notaba cambiado, con esa falta de brillo que antes iluminaba su rostro. Olivia se lo había llevado todo de él desde que se había marchado, al punto en que estaba irreconocible, no quedaba nada de él y no volvería, hasta que ella lo hiciera.

— ¿Dónde estás? —Repitió, antes de doblegarse contra el tocador, sollozando dolorido, aguardando como cada día por ella.

Aunque le costaba, tomó un baño y aseó su anatomía lo mejor que pudo. Se ajustó el traje con los dedos trémulos y antes de marchar hasta el comedor, tomó como siempre un vaso de jugo junto con el medicamento para su ansiedad.

Al ingresar al lugar, se encontró con la rutinaria vida, donde su familia se hallaba en la mesa comiendo silenciosa compartiendo de vez en cuando alguna opinión sobre algunos temas o asuntos a tratar durante el transcurso del día.

Audrey lo miró por el rabillo del ojo, notando como parecía agotado e incluso, lo podrían tachar de un convicto de manicomio. La abundante barba le daba un aspecto desaliñado, así como las ojeras bajo los orbes le otorgaban un aspecto de una persona enferma. No lo sabía, pero afirmaba a que tenía una fiebre en el corazón, en los sentidos.

—Me gusta esa corbata —masculló Georgina, comiendo un pequeño trozo de bistec junto ensalada de patatas bañada en salsa. Asintió, sin decir nada, recordando que en una ocasión la propia Olivia había dicho lo mismo.

—Tenemos que ir a Francia. Hay una subasta de pintura para la Asociación Contra las Armas Nucleares —contó su padre, pasándole una carpeta donde se invitaba al evento y algunos informes más al respecto con lo programado — ¿algo que quieras aportar? —Indagó el hombre, cortando otro pedacito de carne — ¿Qué te parece la pintura de los árboles del amor? —Propuso, recordando una que se hallaba en el pasillo hacia su alcoba. De inmediato negó, tomando veloz un trozo de ensalada.

Desastre RealWhere stories live. Discover now